V. I. LENIN¿QUE HACER?Problemas candentes de |
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NOTA DEL EDITOR
IV. |
LOS METODOS ARTESANOS DE TRABAJO DE LOS ECONO- |
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¿Que son los métodos artesanos de trabajo? |
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V. |
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¿Quién se ha ofendido por el artículo
"¿Por dónde em- |
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ANEXO INTENTO DE FUSIONAR ISKRA CON RABOCHEIE DIELO |
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ENMIENDA PARA ¿QUE HACER? |
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NOTAS [Parte 2] |
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Las afirmaciones de Rab. Dielo -- examinadas más arriba --, cuando dice que la lucha económica es el medio de agitación política más ampliamente aplicable, que nuestra tarea consiste ahora en imprimir a la lucha económica misma un carácter político, etc., demuestran que se tiene una comprensión estrecha de nuestras tareas, no solamente en el terreno político, sino también en el de organización. Para la "lucha económica contra los patronos y el gobierno" no hace falta en absoluto una organización centralizada destinada a toda Rusia (que, por ello mismo, no puede formarse en el curso de semejante lucha), una organización que reúna en un solo impulso común todas las manifestaciones de
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oposición política, de protesta y de indignación, una organización formada por revolucionarios profesionales y dirigida por verdaderos jefes políticos de todo el pueblo. Y esto se comprende. El carácter de la estructura de cualquier institución está, natural e inevitablemente, determinado por el contenido de dicha institución. Por esto Rab. Dielo, con las afirmaciones que hemos examinado anteriormente, consagra y legitima, no sólo la estrechez de la actividad política, sino también la estrechez del trabajo de organización. Y en este caso, como en todos, es un órgano de prensa cuya conciencia retrocede ante la espontaneidad. Y, sin embargo, el prosternarse ante las formas de organización que surgen espontáneamente, el no tener conciencia de lo estrecho y primitivo de nuestro trabajo de organización, el no ver hasta qué punto somos todavía "artesanos" en este importante dominio, la falta de esta conciencia, digo, es una verdadera enfermedad de nuestro movimiento. No es, desde luego, una enfermedad propia de la decadencia, sino del crecimiento. Pero precisamente ahora, cuando la ola de la indignación espontánea nos cubre, por decirlo así, a nosotros, como dirigentes y organizadores del movimiento, es singularmente necesaria la lucha más intransigente contra toda defensa del atraso, contra toda legitimación de la estrechez de miras en este sentido; es singularmente necesario despertar, en cuantos toman parte o se proponen tomar parte en el trabajo práctico, el dcscontento por los métodos primitivos de trabajo que reinan entre nosotros y la decisión inquebrantable de desembarazarnos de ellos.
   
Vamos a tratar de responder a esta pregunta trazando en pocas palabras un cuadro de la actividad de un círculo
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socialdemócrata típico, por los años de 1894 a 1901. Ya hemos hablado del apasionamiento general de la juventud estudiantil de aquel período por el marxismo. Claro que este apasionamiento no correspondía sólo, ni siquiera tanto, al marxismo en calidad de teoría, como en calidad de respuesta a la pregunta: "¿qué hacer?", como en calidad de llamamiento para ponerse en marcha contra el enemigo. Y los nuevos combatientes se ponían en marcha con un equipo y una preparación extraordinariamente primitivos. En muchísimos casos carecían casi por completo hasta de equipo y no tenían absolutamente ninguna preparación. Iban a la guerra como verdaderos mujiks, sin más que un garrote en la mano. Falto de toda relación con los círculos de otros lugares o incluso con los de otros puntos de la ciudad (o de otros centros de enseñanza), sin organización alguna de las diferentes partes del trabajo revolucionario, sin plan alguno sistemático de acción para un período más o menos prolongado, un círculo de estudiantes se pone en contacto con obreros y empieza a trabajar. Paulatinamente, desarrolla una agitación y una propaganda cada vez más vasta, y, por el hecho de su intervención, se atrae las simpatías de sectores obreros bastante amplios, la simpatía de una parte de la sociedad ilustrada, que proporciona dinero y pone a disposición del "Comité" nuevos y nuevos grupos de jóvenes. Crece el prestigio del comité (o Unión de lucha), crece la envergadura de su actividad, y aquél va ampliando esta actividad de un modo completamente espontáneo: las mismas personas que, un año o unos cuantos meses antes, intervenían en círculos de estudiantes y resolvían la cuestión de "¿dónde ir?", que establecían y mantenían relaciones con los obreros, componían y publicaban octavillas, se ponen en relación con otros grupos de revolucionarios, consiguen pu-
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blicaciones, emprenden la labor de publicar un periódico local, empiezan a hablar de organizar una manifestación y, por fin, pasan a operaciones militares abiertas (operaciones militares abiertas que pueden ser, según las circunstancias, la primera hoja de agitación, el primer número del periódico, la primera manifestación). Y, por lo general, en cuanto se inician dichas operaciones, se produce un fracaso inmediato y completo. Y el fracaso es inmediato y completo, precisamente porque esas operaciones militares no son el resultado de un plan sistemático, premeditado, minuciosamente establecido para una lucha larga y empeñada, sino, sencillamente, el crecimiento espontáneo de una labor de círculo hecha de acuerdo con la tradición; porque la policía, como es natural, conoce casi siempre a todos los principales dirigentes del movimiento local, que ya han "dado que hablar" en los bancos de la universidad, y sólo espera el momento más propicio para hacer la redada, dejando con toda intención que el círculo se extienda y se desarrolle lo bastante para contar con un corpus delicti tangible, y dejando cada vez intencionadamente unas cuantas personas de ella conocidas, como "de semilla" (expresión técnica que emplean, según mis noticias, tanto los nuestros como los gendarmes). No puede uno menos de comparar semejante guerra con una expedición de bandas de campesinos armados de garrotes, contra un ejército moderno. Como tampoco podemos menos de admirar la vitalidad de un movimiento que se ha extendido, ha crecido y ha obtenido victorias, a pesar de la completa falta de preparación de los combatientes. Es cierto que, desde el punto de vista histórico, el carácter primitivo del equipo era, no sólo inevitable al principio, sino incluso legítimo, como una de las condiciones que permitía atraer gran cantidad de combatientes Pero en cuanto empezaron
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las operaciones militares serias (y empezaron ya, en realidad, con las huelgas del verano de 1896), las deficiencias de nuestra organización de combate se hicieron sentir cada vez más. Después del primer momento de sorpresa, después de haber cometido una serie de errores (como dirigirse a la opinión pública contando fechorías de los socialistas, o deportar a los centros industriales de provincias obreros de las capitales), el gobierno no tardó en adaptarse a las nuevas condiciones de la lucha y supo colocar en los puntos convenientes sus destacamentos de provocadores, de espias y de gendarmes, dotados de todos los perfeccionamientos. Las redadas se hicieron tan frecuentes, extendiéndose a un número de personas tan grande, dejando los círculos locales hasta tal punto vacios, que la masa obrera quedaba literalmente sin dirigentes, el movimiento cobraba un increible carácter esporádico y era absolutamente imposible establecer continuidad ni conexión alguna en el trabajo. La extraordinaria dispersión de los militantes locales, la composición fortuita de los circulos, la falta de preparación y la estrechez de horizontes en el terreno de las cuestiones teóricas, políticas y de organización eran consecuencia inevitable de las condiciones descritas. Las cosas han llegado a tal extremo que en algunos lugares, los obreros, viendo nuestra falta de firmeza y de discreción, sienten desconfianza hacia los intelectuales y se apartan de ellos: ¡los intelectuales, dicen, provocan las detenciones demasiado irreflexivamente!
   
Toda persona que conozca algo el movimiento sabe que no hay un socialdemócrata razonable que no vea ya, al fin, en el carácter primitivo de los métodos de trabajo, una enfermedad. Pero para que el lector no iniciado no vaya a creer que "construimos" artificialmente una fase especial o una peculiar enfermedad del movimiento, nos remitiremos
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al testigo que ya hemos citado antes. Que se nos disculpe la extensión de la cita.
   
"Si el paso gradual a una actividad práctica más amplia -- escribe B-v en el número 6 de Rab. Dielo --, paso que depende del período general de transición por el que atraviesa el movimiento obrero ruso, es un rasgo característico. . . , existe otro rasgo no menos interesante en el conjunto del mecanismo de la revolución obrera rusa. Nos referimos a la escasez general de fuenas revolucionarias aptas para la acción [*], que se deja sentir no solo en Petersburgo, sino en toda Rusia. A medida que el movimiento obrero se intensifica, a medida que se desarrolla la masa obrera, a medida que se hacen más frecuentes los casos de huelgas, que la lucha de masas de los obreros se despliega más abiertamente, lo que recrudece la persecución gubernamental, las detenciones, los destierros y deportaciones, esta escasez de fuerzas revolucionarias de alta calidad se hace cada vez más sensible e, indudablemente, no deja de influir sobre la profundidad y el carácter general del movimiento. Muchas huelgas se desarrollan sin que las organizaciones revolucionarias ejerzan sobre ellas una influencia enérgica y directa. . . , se deja sentir la escasez de hojas de agitación y de publicaciones ilegales. . . , los círculos obreros se quedan sin agitadores. . . Al mismo tiempo, se nota constantemente la falta de recursos pecuniarios. En una palabra, el crecimiento del movimiento obrero sobrepasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias. Los efectivos de revolucionarios activos resultan ser demasiado insignificantes para concentrar en sus manos la influencia sobre toda la masa obrera en agitación, para dar a todos los disturbios ni aun sombra de armonía y organización. . . Los círculos dispersos, los revolucionarios dispersos no están unidos, no están agrupados, no constituyen una organización única, fuerte y disciplinada, con partes metódicamente desarrolladas. . ." Y después de formular la reserva de que si, en lugar de los círculos deshechos, aparecen in mediatamente nuevos árculos, este hecho "demuestra tan sólo la vitalidad del movimiento. . . , pero no prueba que exista una cantidad suficiente de militantes revolucionarios plenamente aptos", el autor concluye: "La falta de preparación práctica de los revolucionarios petersburgueses se refleja también en los resultados de su trabajo. Los últimos procesos, y en particular los de los grupos 'Autoemancipación' y 'Lucha del Trabajo contra el Capital'[36], han demostrado claramente que un agitador joven, que no conozca al detalle las condiciones del trabajo y, por con-
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siguiente, de la agitación en una fábrica determinada que no conozca los principios de la conspiración y que sólo haya asimilado [¿asimilado?] las ideas generales de la socialdemocracia, puede trabajar unos cuatro, cinco o seis meses. Luego viene la detención, que muchas veces trae consigo el desmoronamiento de toda la organización o, por lo menos, de una parte de ella. Cabe preguntar: ¿puede un grupo trabajar con éxito, con fruto, cuando su existencia está limitada a unos cuantos meses? Es evidente que los defectos de las organizaciones existentes no pueden atribuirse por entero al período de transición. . . ; es evidente que la cantidad y, sobre todo, la calidad de los efectivos de las organizaciones activas desempeñan aquí un papel de no escasa importancia, y la tarea primordial de nuestros socialdemócratas. . . debe consistir en unificar realmente las organizaciones, con una selección rigurosa de sus miembros".
   
Debemos detenernos ahora en una cuestión que seguramente se plantean ya todos los lectores: ¿puede establecerse una relación entre estos métodos primitivos de trabajo, como enfermedad de crecimiento, que afecta a todo el movimiento, y el economismo, como una de las tendencias de la socialdemocracia rusa? Nosotros creemos que si. La falta de preparación práctica, la falta de habilidad en la labor de organización son, en efecto, cosas comunes a todos nosotros, incluso a quienes desde el principio han sustentado inflexiblemente el punto de vista del marxismo revolucionario. Y es cierto que nadie podría echar en cara a los militantes consagrados al trabajo práctico esta falta de preparación por sí sola. Pero, además de la falta de preparación, el concepto "métodos primitivos de trabajo" supone otra cosa: supone el reducido alcance de todo el trabajo revolucionario en general, el no comprender que sobre la base de este trabajo de estrecho horizonte no se puede constituir una buena organización de revolucionarios, y, por último -- y esto es lo principal --, supone tentativas de justificar esta
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estrechez de horizontes y de erigirla en una "teoría" particular, es decir, supone el culto de la espontaneidad también en este terreno. Y tan pronto como se manifestaron tales tentativas, se hizo indudable que los métodos primitivos de trabajo están relacionados con el economismo, y que no nos libraremos de la estrechez en nuestro trabajo de organización si no nos libramos del economismo en general (es decir, de una concepción estrecha, tanto de la teoría del marxismo como del papel de la socialdemocracia y de sus tareas políticas). Y esas tentativas han sido observadas en dos direcciones. Unos comenzaron a decir que la masa obrera no había planteado aún ella misma tareas políticas tan amplias y tan combativas como las que le "imponían" los revolucionarios, que debe luchar todavía por reivindicaciones políticas inmediatas, sostener "una lucha económica contra los patronos y el gobierno"* (y a e-sta lucha "accesible" al movimiento de masas corresponde, naturalmente, una organización "accesible" incluso a la juventud menos preparada). Otros, alejados de todo "gradualismo", comenzaron a decir que se podía y se debía "hacer la revolución política", pero que, para eso, no había necesidad alguna de crear una fuerte organización de revolucionarios que educara al proletariado en una lucha firme y empeñada; que para eso era suficiente que cogiéramos todos el garrote ya conocido y "accesible". Hablando sin alegorías: que organizásemos la huelga general** o estimulásemos el proceso del movimiento obrero, "dormido", con un "terror exci-
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tante"[*]. Ambas tendencias, la oportunista y la "revolucionista", capitulan ante los métodos primitivos de trabajo imperantes, no tienen fe en la posibilidad de librarse de ellos, no comprenden nuestra primera y más urgente tarea práctica: crear una organización de revolucionarios capaz de dar a la lucha política energía, firmeza y continuidad.
   
Acabamos de citar las palabras de B-v: "El crecimiento del movimiento obrero sobrepasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias". Esta "valiosa noticia de un observador directo" (comentario de la redacción de Rabócheie Dielo al artículo de B-v) tiene para nosotros valor doble. Demuestra que teníamos razón al considerar que la causa fundamental de la crisis por que atraviesa actualmente la sociaídemocracia rusa está en el atraso de los dirigentes ("ideólogos", revolucionarios, socialdemócratas) respecto al movimiento ascensional espontáneo de las masas. Demuestra que todas esas disquisiciones de los autores de la carta economista (en el núm. 12 de Iskra ), B. Krichevski y Martínov, sobre el peligro de aminorar la importancia del elemento espontáneo, de la lucha cotidiana y gris, sobre la táctica-proceso, etc., son precisamente una defensa y una exaltación de los métodos primitivos de trabajo. Esas gentes que no pueden pronunciar la palabra "teórico" sin una mueca de desprecio, que llaman "sentido de la vida" a su prosternación ante la falta de preparación para la vida y ante la falta de desarrollo, demuestran de hecho que no comprenden nuestras tareas prácticas más imperiosas. A gentes que se han quedado atrás les gritan: "¡Guardad el paso! ¡No os adelantéis!" ¡A gentes que adolecen de falta de energía y de iniciativa en el trabajo
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de organización, de falta de "planes" para organizar amplia y valientemente el trabajo, les hablan de la "táctica-proceso"! Nuestro pecado capital consiste en rebajar nuestras tareas políticas y de organización al nivel de los intereses inmediatos, "tangibles", "concretos" de la lucha económica cotidiana, ¡pero siguen cantándonos: hay que imprimir a la lucha económica misma un carácter político! Repetimos: esto es literalmente el mismo "sentido de la vida" que de mostraba poseer el personaje de la épica popular que gritaba, al paso de un entierro: "¡Ojalá tengáis siempre algo que llevar!"
   
Recordad la presunción incomparable, verdaderamente digna de "Narciso", con que esos sabios aleccionaban a Plejánov: "A los círculos obreros no les son accesibles en general [¡sic!] las tareas políticas en el sentido real, práctico de esta palabra, es decir, en el sentido de una lucha práctica, conveniente y eficaz, por reivindicaciones políticas" (Respuesta de la Red. de R. D., pág. 24) ¡Hay círculos y círculos, señores! A un círculo que emplee métodos primitivos de trabajo, desde luego, no le son accesibles las tareas políticas, mientras no reconozca el carácter primitivo de dichos métodos de trabajo y no se libre de ellos. Pero si, además, esos artesanos están enamorados de sus métodos primitivos, si escriben siempre en cursiva la palabra "práctico" y se imaginan que la práctica exige que ellos rebajen sus tareas al nivel de comprensión de las capas más atrasadas de la masa, entonces, desde luego, esos artesanos son incurables, y, en efecto, las tareas políticas les son en general inaccesibles. Pero a un círculo de corifeos como Alexéiev y Myshkin, Jalturin y Zheliábov les son accesibles las tareas políticas en el sentido más real, más práctico de la palabra, y les son accesibles precisamente por cuanto sus ardientes
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prédicas encuentran eco en la masa, que se despierta espontáneamente; por cuanto su hirviente energía es secundada y apoyada por la energía de la clase revolucionaria. Plejánov tenía mil veces razón cuando no sólo indicó cuál era esta clase revolucionaria, no sólo demostró que era inevitable e ineludible su despertar espontáneo, sino que planteó incluso ante los "círculos obreros" un alto y grandioso cometido político. Y vosotros invocáis el movimiento de masas que ha surgido a partir de entonces, para rebajar ese cometido, para reducir la energía y el alcance de la actividad de los "círculos obreros". ¿Qué es esto sino egolatría del artesano enamorado de sus métodos primitivos? Os vanagloriáis de vuestro espíritu práctico y no veis el hecho conocido de todo militante ruso entregado al trabajo práctico: qué milagros puede hacer en la obra revolucionaria, no sólo la energía de un círculo, sino incluso la energía de un solo individuo. ¿0 es que creéis que en nuestro movimiento no pueden existir los corifeos que existieron en la década del 70? ¿Por qué razón? ¿Porque estamos poco preparados? ¡Pero nos preparamos, nos prepararemos y estaremos preparados! ¡Verdad es que el agua estancada de la "lucha económica contra los patronos y el gobierno" ha criado entre nosotros, por desgracia, verdín: han aparecido gentes que se ponen de hinojos adorando la espontaneidad y que contemplan con unción (como dice Plejánov) "la parte trasera" del proletariado ruso. Pero sabremos sacudirnos ese verdín. Precisamente ahora es cuando el revolucionario ruso dirigido por una teoría verdaderamente revolucionaria, apoyándose en una clase verdaderamente revolucionaria, que se despierta espontáneamente, puede al fin‹¡al fin!‹aízarse en toda su talla y desplegar todas sus fuerzas de gigante Para ello sólo hace falta que, en la
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masa de militantes entregados al trabajo práctico, en la masa todavía más extensa de gentes que sueñan con el trabajo práctico ya desde el banco de la escuela, sea acogido con burla y desprecio todo intento de rebajar nuestras tareas políticas y el alcance de nuestro trabajo de organización! ¡Y lo conseguiremos, señores, no se preocupen ustedes!
   
En el artículo "¿Por dónde empezar?" he escrito contra Rabócheie Dielo : "En 24 horas se puede modificar la táctica de agitación en algún problema especial, se puede modificar la táctica de realización de algún detalle de organización del Partido, pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino incluso en veinticuatro meses, el punto de vista que se tenga sobre el problema de si hace falta en general, siempre y absolutamente, la organización de combate y la agitación política entre las masas, es cosa que sólo pueden hacer personas sin principios"*. Rabócheie Dielo contesta: "Esta acusación de Iskra, la única que pretende estar basada en la realidad, carece en absoluto de fundamento. Los lectores de Rabócheie Dielo saben perfectamente que nos otros no sólo hemos exhortado a la agitación política, desde el principio, sin esperar a que apareciera Iskra. . . (diciendo que, no ya a los círculos obreros, "ni aun siquiera al movimiento obrero de masas se le puede píantear como primera tarea política la de derribar el absolutismo", sino únicamente la lucha por reivindicaciones políticas inmediatas, y que "las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen accesibles a las masas después de una o, en todo caso, de varias huelgas"). . . , sino que también con nuestras publicaciones, editadas en el extranjero, hemos proporcionado a los camaradas que actúan en Rusia los únicos materiales de agitación
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política socialdemócrata . . . (y, en estos únicos materiales, no sólo se limitaban ustedes a aplicar la agitación política más amplia al terreno de la lucha meramente económica, sino que discurrieron, al fin, la idea de que esta agitación limitada era "la más ampliamente aplicabíe". ¿Y no advierten ustedes, señores, que su argumentación demuestra precisamente la necesidad de la aparición de Iskra -- en vista de la sola existencia de esos materiales únicos -- y la necesidad de la lucha de Iskra contra Rabócheie Dielo? ) . . . Por otra parte, nuestra actividad editorial preparaba en la práctica la unidad táctica del Partido. . . [¿la unidad de creer que la táctica es el proceso de crecimiento de las tareas del Partido, que crecen juntamente con éste? ¡Valiente unidad!] . . . y, por ello mismo, hacía posible crear una organización de combate', para cuya formación ha hecho la Unión todo lo que le era accesible a una organización residente en el extranjero" (Rabócheie Dielo, núm. 10, pág. 15). ¡Vano intento de salir del paso! Que han hecho ustedes cuanto les era accesible, es cosa que yo nunca he pensado en negar. Lo que yo he afirmado y afirmo es que los límites de lo que es "accesible" para ustedes se estrechan por la miopía de sus concepciones. Mueve a risa que se llegue ni aun a hablar de "organizaciones de combate" para luchar por "reivindicaciones políticas inmediatas" o para "la lucha económica contra los patronos y el gobierno".
   
Pero si el lector quiere ver perlas de enamoramiento "económico" de los métodos primitivos, tendrá que pasar, naturalmente, del ecléctico y vacilante Rab. Dielo al consecuente y decidido Rab. Misl. "Dos palabras ahora sobre la llamada propiamente intelectualidad revolucionaria -- escribía R. M. en el "Suplemento especial" de Rabóchaia Misl,
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pág. 13 --. Es cierto que más de una vez ha demostrado en la práctica que está totalmente dispuesta a "la contienda decisiva con el zarismo". Unicamente, lo malo es que, perseguida sin tregua por la policía política, nuestra intelectualidad revolucionaria consideraba esta lucha con la policía política como una lucha política contra la autocracia. Por esto sigue aún sin encontrar contestación a la pregunta: "¿De dónde sacar fuerzas para luchar contra la autocracia?"
   
¿No es verdad que es incomparable este olímpico desprecio que siente por la lucha contra la policía un admirador (en el peor sentido de la palabra) del movimiento espontáneo? ¡¡Está dispuesto a justificar nuestra falta de habilidad para el trabajo conspirativo diciendo que, con el movimiento espontáneo de masas, no tiene importancia, en el fondo, la lucha contra la policía política!! Esta conclusión monstruosa la suscribirían muy pocos: tan dolorosamente siente todo el mundo las deficiencias de nuestras organizaciones revolucionarias. Pero si no la suscribe, por ejemplo, Martínov, es sólo porque no sabe o no tiene el valor de meditar hasta el fin sus propias tesis. En efecto, ¿puede decirse acaso que una "tarea" como la de que las masas planteen reivindicaciones concretas, que prometan resultados tangibles, exige una preocupación especial por crear una organización de revolucionarios sólida, centralizada y combativa? ¿No realiza también esta "tarea" una masa que de ninguna manera "lucha contra la policía política"? Aún más: ¿sería realizable esa tarea, si, además de un reducido número de dirigentes, no se encargaran de cumplirla también (en su inmensa mayoría) obreros que son absolutamente incapaces de "luchar contra la policía política"? Estos obreros, los hombres medios de la masa, son capaces de dar
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pruebas de una energía y abnegación gigantescas en una huelga, en la lucha contra la policía y las tropas en la calle, pueden (y son los únicos que pueden) decidir el desenlace de todo nuestro movimiento, pero precisamente la lucha contra la policía política exige cualidades especiales, exige revolucionarios profesionales. Y nosotros no debemos preocuparnos sólo de que la masa "plantee" reivindicaciones concretas, sino también de que la masa de obreros "destaque", en número cada vez más grande, estos revolucionarios profesionales. Así, pues, hemos llegado al problema de las relaciones entre la organización de revolucionarios profesionales y el movimiento puramente obrero. A esta cuestión, poco desarrollada en las publicaciones, le hemos dedicado nosotros, los "políticos", mucho tiempo en conversaciones y discusiones con camaradas más o menos inclinados hacia el economismo. Merece la pena de detenerse en él especialmente. Pero terminemos antes con otra cita la ilustración de nuestra tesis sobre la relación entre los métodos primitivos de trabajo y el economismo.
   
"El grupo 'Emancipación del Trabajo' -- decía Sr. N. N.[37] en su 'Respuesta' -- exige que se luche directamente contra el gobierno, sin pensar dónde está la fuerza material necesaria para dicha lucha, sin indicar qué caminos ha de seguir ésta". Y, subrayando esta última expresión, el autor hace a propósito de la palabra "caminos" la observación siguiente: "Esta circunstancia no puede explicarse por los fines de la conspiración, porque en el programa no se trata de una conjuración, sino de un movimiento de masas. Y las masas no pueden avanzar por caminos secretos. ¿Es acaso posible una huelga secreta? ¿Es posible celebrar en secreto una manifestación, presentar una petición
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en secreto?" (Vademécum, pág. 59). El autor ha abordado de lleno tanto la "fuerza material" (los organizadores de las huelgas y de las manifestaciones), como los "caminos" por los que tiene que seguir esta lucha; pero se ha quedado, sin embargo, confuso y perplejo, pues se "prosterna" ante el movimiento de masas, es decir, lo considera como algo que nos exime de nuestra actividad, de la actividad revolucionaria, y no como algo que debe alentar e impulsar nuestra actividad revolucionaria. Una huelga secreta es imposible, para las personas que participen en ella o tengan con ella relación inmediata. Pero, para las masas de obreros rusos, esa huelga puede ser (y lo es en la mayoría de los casos) un "secreto", porque el gobierno se preocupará de cortar toda relación con los huelguistas, se preocupará de hacer imposible toda difusión de noticias sobre la huelga. Y aquí es donde ya hace falta la "lucha contra la policía política", una lucha especial, una lucha que nunca podrá sostener activamente una masa tan amplia como la que toma parte en las huelgas. Esa lucha deben organizarla, "según todas las reglas del arte", personas que tengan como profesión la actividad revolucionaria. Y la organización de esta lucha no es ahora menos necesaria porque las masas se incorporen espontáneamente al movimiento. Al contrario, la organización se hace con este motivo más necesaria, por que nosotros, los socialistas, faltaríamos a nuestras obliga cioncs directas ante las masas, si no supiéramos impedir que la policía convierta en un secreto (y si a veces preparásemos nosotros mismos en secreto) cualquier huelga o manifesta ción. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que despiertan espontáneamente destacarán también de su seno más y más "revolucionarios profesionales" (siempre
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que no se nos ocurra invitar a los obreros, en todos los tonos, a que sigan chapoteando en un mismo sitio).
   
Si en el concepto de "lucha económica contra los patronos y el gobierno" se engloba, para un socialdemócrata, el de "lucha política", es natural esperar que el concepto de "organización de revolucionarios" quede más o menos englobado en el de "organización de obreros". Es lo que realmente ocurre, de suerte que, cuando hablamos de organización, resulta que hablamos literalmente en lenguas diferentes. Recuerdo, por ejemplo, como si fuera ahora mismo una conversación que tuve un día con un economista bastante consecuente, al que yo antes no conocía. La conversación giraba en torno al folleto ¿Quién hará la revolución política? Pronto convinimos en que el defecto capital de este folleto consistía en no tener en cuenta la cuestión de la organización. Nos figurábamos estar ya de acuerdo, pero. . ., al seguir la conversación, resultó que hablábamos de cosas diferentes. Mi interlocutor acusaba al autor de no tener en cuenta las cajas de resistencia para casos de huelga, las sociedades de socorros mutuos, etc.; yo, en cambio, pensaba en la organización de revolucionarios indispensable para "hacer" la revolución política. ¡Y, en cuanto se reveló esta discrepancia, yo no recuerdo haber estado jamás de acuerdo sobre ninguna cuestión de principio con este economista!
   
Mas ¿en qué consistía el motivo de nuestras discrepancias? Precisamente en que los economistas se desvían constantemente del socialdemocratismo hacia el tradeunionismo, tanto en las tareas de organización como en las tareas polí-
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ticas. La lucha política de la socialdemocracia es mucho más amplia y más compleja que la lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno. Del mismo modo (y como consecuencia de ello), la organización de un partido socialdemócrata revolucionario debe ser inevitablemente de un género distinto que la organización de los obreros para la lucha económica. La organización de los obreros debe ser, en primer lugar, sindical; en segundo lugar, debe ser lo más extensa posible; en tercer lugar, debe ser lo menos clandestina posible (aquí y en lo que sigue me refiero, claro está, sólo a la Rusia autocrática). Por el contrario, la organización de los revolucionarios debe englobar ante todo y sobre todo a gentes cuya profesión sea la actividad revolucionaria (por eso, yo hablo de una organización de los revolucionarios, teniendo en cuenta a los revolucionarios socialdemócratas). Ante esta característica general de los miembros de una tal organización debe desaparecer en absoluto toda distinción entre obreros e intelectuales, por no hablar ya de la distinción entre las diversas profesiones de unos y otros. Esta organización, necesariamente, no debe ser muy extensa, y es preciso que sea lo más clandestina posible. Detengámonos sobre estos tres puntos distintivos.
   
En los países que gozan de libertad política, la diferencia entre la organización sindical y la organización política es completamente clara, como es también clara la diferencia que existe entre las tradeuniones y la socialdemocracia. Las relaciones de esta última con las tradeuniones, desde luego, varían inevitablemente de unos países a otros, según las condiciones históricas, jurídicas, etc., pudiendo ser más o menos estrechas, complejas, etc. (desde nuestro punto de vista, deben ser lo más estrechas y lo menos complejas posible), pero no puede ni hablarse en los países libres de
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identificar la organización de los sindicatos con la organización del Partido socialdemócrata. En Rusia, en cambio, el yugo de la autocracia borra, a primera vista, toda distinción entre la organización socialdemócrata y el sindicato obrero, pues todo sindicato obrero y todo círculo están prohibidos, y la huelga, principal manifestación y arma de la lucha económica de los obreros, se considera en general crimen de derecho común (¡y, a veces, incluso delito político!) De esta suerte, las condiciones de Rusia, de una parte, "incitan" con fuerza a pensar en las cuestiones políticas a los obreros que luchan en el terreno económico, y, de otra, "incita" a los socialdemócratas a confundir el tradeunionismo con el socialdemocratismo (nuestros Krichevski, Martínov y consortes, que no cesan de hablar de la "incitación" del primer género, no se dan cuenta de la "incitación" del segundo género). En efecto, imaginémonos a gentes absorbidas en un 99 por 100 por "la lucha económica contra los patronos y el gobierno". Los unos, durante todo el período de su actuación (de 4 a 6 meses), no pensarán jamás en la necesidad de una organización más compleja de revolucionarios. Los otros, tal vez, "tropezarán" con la literatura bernsteiniana, relativamente bastante difundida, y adquirirán la convicción de que lo que importa esencialmente es la "marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris". Otros, en fin, se dejarán acaso seducir por la tentadora idea de dar al mundo un nuevo ejemplo de "estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria", de contacto del movimiento sindical con el movimiento socialdemócrata. Cuanto más tarde llega un país al capitalismo y, por consiguiente, al movimiento obrero, dirán estas gentes, tanto más pueden participar los socialistas en el movimiento sindical y apoyarlo, y menos puede y debe haber sindicatos no-socialdemó-
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cratas. Hasta ahora el razonamiento es perfectamente justo, pero la desgracia consiste en que van más lejos y sueñan con una fusión completa entre el socialdemocratismo y el tradeunionismo. En seguida vamos a ver, por el ejemplo del Estatuto de la "Unión de Lucha" de San Petersburgo, la influencia perjudicial de estos sueños sobre nuestros planes de organización.
   
Las organizaciones obreras para la lucha económica deben ser organizaciones sindicales. Todo obrero socialdemócrata debe, dentro de lo posible, apoyar a estas organizaciones y trabajar activamente en ellas. De acuerdo. Pero es en absoluto contrario a nuestros intereses exigir que únicamente los socialdemócratas pueden ser miembros de las uniones "gremiales", ya que esto reduciría el alcance de nuestra influencia sobre la masa. Que participe en la unión gremial todo obrero que comprenda la necesidad de la unión para la lucha contra los patronos y contra el gobierno. El fin mismo de las uniones gremiales sería inasequible si no agrupasen a todos los obreros capaces de comprender aunque no fuese más que esta noción elemental, si estas uniones gremiales no fuesen unas organizaciones muy amplias. Y cuanto más amplias sean estas organizaciones, tanto más amplia será nuestra influencia en ellas, influencia ejercida no solamente por el desarrollo "espontáneo" de la lucha económica, sino también por la acción directa y consciente de los miembros socialistas de los sindicatos sobre sus camaradas. Pero, en una organización amplia, la clandestinidad rigurosa es imposible (pues exige mucha más preparación que la que es necesaria para la participación en la lucha económica). ¿Cómo conciliar esta contradicción entre la necesidad de contar con efectivc,s numerosos y el régimen clandestino riguroso? ¿Cómo conseguir que las organiza-
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ciones gremiales sean lo menos clandestinas posible? En general, no puede haber más que dos vías: o bien la legalización de las asociaciones gremiales (que en algunos países ha precedido a la legalización de las asociaciones socialistas y políticas), o bien el mantenimiento de la organización secreta, pero tan "libre", tan poco reglamentada, tan lose [*], como dicen los alemanes, que para la masa de los afiliados el régimen clandestino quede reducido casi a la nada.
   
La legalización de los sindicatos obreros no-socialistas y no-políticos ha comenzado ya en Rusia, y no cabe la menor duda que cada paso de nuestro movimiento obrero socialdemócrata, que crece en progresión rápida, alentará y multiplicará las tentativas de legalización, tentativas realizadas principalmente por los partidarios del régimen existente, pero también, en parte, por los mismos obreros y los intelectuales liberales. Los Vasíliev y los Subátov han izado ya la bandera de la legalización; los señores Oserov y Worms ya les han prometido y facilitado su concurso, y la nueva corriente ha encontrado ya adeptos entre los obreros. Y nosotros no podemos dejar de tener en cuenta esta corriente. Sobre la forma en que hay que tenerla en cuenta difícilmente puede existir, entre los socialdemócratas, más de una opinión. Nuestro deber consiste en desenmascarar infatigablemente toda participación de los Subátov y los Vasíliev, de los gendarmes y los popes en esta corriente, y revelar a los obreros las verdaderas intenciones de estos elementos. Nuestro deber consiste en desenmascarar asimismo toda nota conciliadora, de "armonía", que se deslice en los discursos de los liberales en las reuniones obreras públicas, ya se deban estas notas a que dichas gentes crean sinceramente que
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es deseable una colaboración pacífica de las clases, ya a que tengan el deseo de congraciarse con las autoridades, o a inhabilidad simplemente. Tenemos, en fin, el deber de poner en guardia a los obreros contra los lazos de la policía, que en estas reuniones públicas y en las sociedades autorizadas observa a las "cabezas locas" y trata de aprovecharse de las organizaciones legales para introducir provocadores también en las ilegales.
   
Pero hacer todo esto no significa en absoluto olvidar que la legalización del movimiento obrero nos beneficiará, en fin de cuentas, precisamente a nosotros, y no, en modo alguno, a los Subátov. Al contrario, precisamente con nuestra campaña de denuncias separamos la cizaña del buen grano. Ya hemos indicado cuál es la cizaña. El buen grano está en interesar en las cuestiones sociales y políticas a sectores obreros aun más amplios, a los sectores más atrasados; en liberarnos, nosotros, los revolucionarios, de las funciones que son, en el fondo, legales (difusión de obras legales, socorros mutuos, etc.) y cuyo desarrollo nos dará infaliblemente cada vez más y más materiales para la agitación. En este sentido, podemos y debemos decir a los Subátov y a los Oserov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen! Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros (mediante la provocación directa o la corrupción "honrada" de los obreros con ayuda del "struvismo"), nosotros ya nos encargaremos de desenmascararles Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia adelante -- aunque sea en forma del más "tímido zig-zag", pero un paso hacia adelante --, les diremos: "¡Sigan, sigan!" Un paso efectivo hacia adelante no puede ser sino una ampliación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de aso-
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ciaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos. En una palabra, ahora nuestra tarea consiste en combatir la cizaña. Nuestra tarea no consiste en cultivar el grano en pequeños tiestos. Al arrancar la cizaña, desbrozamos el terreno para que pueda crecer el trigo. Y mientras los Afanasi Ivánovich y las Pulcheria Ivánovna* se dedican al cultivo doméstico, nosotros podemos preparar segadores que sepan hoy arrancar la cizaña y mañana recoger el buen grano**.
   
Así, pues, nosotros no podemos resolver, por medio de la legalización, el problema de crear una organización sindical lo menos clandestina y lo más amplia posible (pero nos encantaría que los Subátov y los Oserov nos ofreciesen la posibilidad, incluso parcial, de resolverlo de este modo, ¡para lo cual tenemos que combatirlos lo más enérgicamente posible!). Nos queda el camino de las organizaciones sindicales secretas, y debemos ayudar con todas nuestras fuerzas
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a los obreros que emprenden ya (como nos consta) este camino. Las organizaciones sindicales no sólo pueden ser extraordinariamente útiles para desarrollar y reforzar la lucha económica, sino que pueden convertirse, además, en un auxiliar de la mayor importancia para la agitación política y la organización revolucionaria. A fin de llegar a este resultado, hacer entrar el naciente movimiento sindical en el cauce deseable para la socialdemocracia, es preciso, ante todo, comprender bien lo absurdo del plan de organización que preconizan, desde hace ya cerca de cinco años, los economistas petersburgueses. Este plan ha sido expuesto en el "Estatuto de la caja obrera de resistencia" de julio de 1897 (Listok Rabótnika, núm. 9-10, pág. 46, del núm. 1 de Rab. Misl ), y en el "Estatuto de la organización obrera sindical" de octubre de 1900 (boletin especial, impreso en San Petersburgo y mencionado en el núm. 1 de Iskra ). El defecto esencial de estos dos estatutos consiste en que exponen todos los detalles de una vasta organización obrera y la confunden con la organización de los revolucionarios. Tomemos el segundo estatuto, por ser el que mejor está elaborado. Se compone de cincuenta y dos artículos: 23 exponen la estructura, el modo de administración y los límites de competencia de los "círculos obreros", que serán organizados en cada fábrica ("diez hombres como máximo") y elegirán los "grupos centrales" (de fábrica). "El grupo central -- reza el art. 2 -- observa todo lo que pasa en la fábrica y hace la crónica de los acontecimientos en la misma". "El grupo central da cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja" (art. 17), etc. Diez artículos están consagrados a la "organización de barrio" y 19, a la complejisima relación entre el "Comité de la Organización Obrera" y el "Comité de la Unión de Lucha de San Petersburgo" (delega-
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dos de cada barrio y de los "grupos ejecutivos": "grupos de propagandistas, para las relaciones con las provincias, para las relaciones con el extranjero, para la administración de los depósitos, de las ediciones, de la caja").
   
¡La socialdemocracia equivalente a "grupos ejecutivos" en lo que concierne a la lucha económica de los obreros! Sería difícil demostrar de un modo más evidente cómo se desvía el pensamiento del economista, de la socialdemocracia hacia el tradeunionismo; hasta qué punto le es extraña toda noción de que el socialdemócrata debe, ante todo, pensar en una organización de revolucionarios capaces de dirigir toda la lucha emancipadora del proletariado. Hablar de la "emancipación política de la clase obrera", de la lucha contra la "arbitrariedad zarista" y escribir semejantes estatutos de una organización es no tener el menor concepto de cuáles son las verdaderas tareas políticas de la socialdemocracia. Ni uno solo del medio centenar de artículos revela en lo más mínimo que los autores hayan comprendido la necesidad de la más amplia agitación política entre las masas, de una agitación que arroje luz sobre todos los aspectos del absolutismo ruso, así como sobre la fisonomía de las diferentes clases sociales de Rusia. Por otra parte, con semejante estatuto, no sólo son irrealizables los fines políticos, sino incluso los fines tradeunionistas, porque éstos exigen una organización por profesiones, cosa que ni siquiera menciona el estatuto.
   
Pero lo más característico, acaso, es la pesadez asombrosa de todo ese "sistema" que trata de ligar cada fábrica al "Comité" por medio de una serie de reglas uniformes, minuciosas hasta lo ridículo, con un sistema electoral de tres grados. Encerrado en el estrecho horizonte del economismo, el pensamiento se apasiona por detalles que despiden un
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tufillo a papeleo y burocracia. En realidad, las tres cuartas partes de estos artículos no son, naturalmente, aplicados jamás; en cambio, una organización tan "clandestina", con un grupo central en cada fábrica, facilita a los gendarmes el llevar a cabo redadas increíblemente vastas. Los compañeros polacos han pasado ya por esta fase del movimiento; hubo un tiempo en que todos ellos estaban entusiasmados por la idea de crear en todas partes cajas obreras, pero renunciaron a ella sin tardar, al persuadirse de que sólo facilitaban presa abundante a los gendarmes. Si queremos amplias organizaciones obreras y no amplias redadas, si no queremos dar gusto a los gendarmes, debemos hacer de suerte que no sean organizaciones reglamentadas. ¿Podrán entonces funcionar? Veamos cuáles son sus funciones: ". . . Observar todo lo que pasa en la fábrica y llevar la crónica de los acontecimientos en la misma" (art. 2 de los estatutos). ¿Es que hay necesidad absoluta de reglamentar esto? ¿Es que esto no podría conseguirse mejor por medio de crónicas en la prensa ilegal, sin necesidad de crear grupos especiales a este efecto? ". . . Dirigir la lucha de los obreros por el mejoramiento de su situación en la fábrica" (art. 3 de los estatutos); para esto tampoco hace falta reglamentación. Todo agitador, por poco inteligente que sea, sabrá averiguar perfectamente, por una simple conversación, qué reivindicaciones quieren presentar los obreros; después las transmitirá a una organización estrecha, y no amplia, de revolucionarios que editará una hoja volante apropiada. ". . . Crear una caja. . . con cotización de dos kopeks por rublo" (art. 9) y dar cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja (art. 17); excluir a los miembros que no paguen su cotización (art. 10), etc. He aquí para la policía una verdadera ganga, pues nada hay más fácil que
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penetrar en el secreto de la "caja central fabril", confiscar el dinero y encarcelar a todos los elementos activos. ¿No sería más sencillo emitir cupones de uno o dos kopeks con el sello de una organización determinada (muy reducida y muy secreta), o, incluso sin sello alguno, hacer colectas cuyo resultado se daría a conocer en un periódico ilegal, con un lenguaje convencional? Se obtendría el mismo fin, y los gendarmes tendrían muchísimo más trabajo para descubrir los hilos de la organización.
   
Podría continuar este análisis de los estatutos, pero creo que con lo dicho basta. Un pequeño núcleo estrechamente unido, compuesto por los obreros más seguros, más experimentados y mejor templados, con delegados en los principales barrios y en conexión rigurosamente clandestina con la organización de revolucionarios, podrá perfectamente, con el más amplio concurso de la masa y sin reglamentación alguna, realizar todas las funciones que competen a una organización sindical, y realizarlas, además, precisamente, de la manera deseable para la socialdemocracia. Solamente así se podrá consolidar y desarrollar, a pesar de todos los gendarmes, el movimiento sindical socialdemócrata.
   
Se me objetará que una organización tan lose, nada reglamentada, sin ningún miembro conocido y registrado, no puede ser calificada de organización. Es posible, para mí la denominación no tiene importancia. Pero esta "organización sin miembros" hará todo lo necesario y asegurará desde el comienzo mismo un contacto sólido entre nuestras futuras tradeuniones y el socialismo. Los que -- bajo el absolutismo -- quieren una amplia organización de obreros, con elecciones, informes, sufragio universal, etc., son unos utopistas incurables.
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La moraleja es simple: si comenzamos por establecer una fuerte organización de revolucionarios, podremos asegurar la estabilidad del movimiento en su conjunto, realizar, al mismo tiempo, los objetivos socialdemócratas y los objetivos propiamente tradeunionistas. Pero si comenzamos por constituir una amplia organización obrera con el pretexto de que ésta es la más "accesible" a la masa (en realidad, es a los gendarmes a quienes será más accesible y pondrá a los revolucionarios más al alcance de la policía), ni realizaremos ninguno de estos objetivos, no nos desembarazaremos de nuestros métodos primitivos y, con nuestro fraccionamiento y nuestros fracasos continuos, no lograremos otra cosa que hacer más accesibles a la masa las tradeuniones del tipo Subátov u Oserov.
   
¿En qué, pues, deben consistir justamente las funciones de esta organización de revolucionarios? Vamos a decirlo con todo detalle. Pero examinemos antes un razonamiento muy típico de nuestro terrorista, que (¡triste destino!) marcha de nuevo del brazo con el economista. La revista para obreros Svoboda (en su núm. 1) contiene un artículo titulado "La organización", cuyo autor trata de defender a sus amigos, los economistas obreros de Ivánovo-Vosnesensk.
   
"Mala cosa es -- dice -- una muchedumbre silenciosa, inconsciente; mala cosa un movimiento que no viene de lo profundo de la masa. Ved lo que sucede en una capital universitaria: cuando los estudiantes, en una epoca de fiestas o durante el estío, retornan a sus hogares, el movimiento obrero se paraliza. ¿Puede ser una verdadera fuerza un movimiento obrero estimulado desde el exterior? De ninguna manera. . . Todavía no ha aprendido a andar solo, lo llevan con andaderas. En todas partes el cuadro es el mismo: los estudiantes se van y el movimiento cesa; se en carcela a los elementos más capaces, a la crema, y la leche se agría; se detiene al 'Comité' y, en tanto que no se forma uno nuevo, sobreviene una vez más la calma. Y no se sabe qué otro se formará, el nuevo comité puede no parecerse en nada al antiguo: aquél decía una cosa, éste dirá lo
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contrario; el lazo entre el ayer y el mañana esta roto, la expaiencia del pasado no beneficia al porvenir, y todo porque el movimiento no tiene raíces profundas en la multitud, porque no son un centenar de imbéciles, sino una decena de hombres inteligentes quienes hacen el trabajo. Siempre es fácil que una decena de hombres caiga en la boca del lobo; pero, cuando la organización engloba a la multitud, cuando todo viene de la multitud, nadie, intente lo que intente, podrá destruir nuestra causa" (pág. 63).
   
La descripción es justa. Hay aquí un buen cuadro de nuestros métodos primitivos; pero, por su falta de lógica y de tacto político, las conclusiones son dignas de Rabóchaia Misl. Es el colmo de la falta de lógica, porque el autor confunde la cuestión filosófica e histórico-social de las "raíces" "profundas" del movimiento con una cuestión técnica y de organización como es la de la lucha más eficaz contra los gendarmes. Es el colmo de la falta de tacto político, porque, en lugar de recurrir contra los malos dirigentes ante los buenos, el autor recurre contra los dirigentes en general ante la "multitud". Este es un intento de hacernos retroceder en el terreno de la organización, lo mismo que la idea de sustituir la agitación política por el terror excitante hace retroceder en el sentido político. Ciertamente que me veo en un verdadero "embarras de richesses "*, sin saber por dónde comenzar el análisis del galimatías con que nos obsequia Svoboda. Para mayor claridad, comenzaré por un ejemplo: el de los alemanes. Nadie negará, me imagino, que su organización engloba la multitud, que entre ellos todo viene de la multitud, que el movimiento obrero ha aprendido a andar solo. Sin embargo, ¡cómo aprecia esta multitud de varios millones de hombres a su "decena" de jefes políticos probados! ¡Cómo se agarra a ellos! Más de una vez, en el Parlamento, los diputados de los partidos adversos han
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tratado de irritar a los socialistas diciéndoles: "¡Buenos demócratas sois vosotros! El movimiento de la clase obrera no existe entre vosotros más que de palabra; en realidad, es siempre el mismo grupo de jefes quienes hacen todo. Desde hace años, desde hace decenas de años, son Bebel y Liebknecht quienes dirigen. ¡Vuestros delegados, supuestamente elegidos por los obreros, son más inamovibles que los funcionarios nombrados por el emperador!" Pero los alemanes han acogido siempre con sonrisa desdeñosa estas tentativas demagógicas de oponer la "multitud" a los "jefes", de atizar en ésta malos instintos de vanidad, de privar al movimiento de solidez y estabilidad, minando la confianza que la masa siente hacia la "decena de hombres inteligentes". Los alemanes están suficientemente desarrollados políticamente, tienen suficiente experiencia política para comprender que, sin "una decena" de jefes de talento (los talentos no surgen por centenas), de jefes probados, profesionalmente preparados e instruidos por una larga práctica, que estén bien compenetrados, no es posible la lucha firme de clase alguna en la sociedad contemporánea. También los alemanes han tenido sus demagogos, que adulaban a los "centenares de imbéciles", colocándolos por encima de las "decenas de hombres inteligentes"; que glorificaban el "puño potente" de la masa, empujaban (como Most o Hasselmann) a esta masa a actos "revolucionarios" irreflexivos y sembraban la desconfianza hacia los jefes firmes y resueltos. Y gracias únicamente a una lucha tenaz e intransigente contra toda clase de elementos demagógicos en su seno, el socialismo alemán ha crecido y se ha fortalecido. Y, en el período en que toda la crisis de la socialdemocracia rusa se explica por el hecho de que las masas que despiertan de un modo espontáneo carecen de jefes suficientemente preparados, inte-
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ligentes y expertos, nuestros varones prudentes nos dicen con el ingenio de Juan el tonto: "¡Mala cosa es un movimiento que no viene de la base!"
   
"Un Comité formado por estudiantes no nos conviene porque es inestable". ¡Perfectamente justo! Pero la conclusión que hay que sacar de ello es que hace falta un Comité de revolucionarios profesionales, sin que importe si son estudiantes u obreros quienes sean capaces de forjarse como tales revolucionarios profesionales. ¡En cambio, vosotros sacáis la conclusión de que no hay que estimular desde el exterior al movimiento obrero! En vuestra ingenuidad política, ni siquiera os dais cuenta de que hacéis así el juego a nuestros economistas y a nuestros métodos primitivos. Permitidme una pregunta: ¿Cómo han "estimulado" nuestros estudiantes hasta el presente a nuestros obreros? Unicamente aportando los estudiantes a los obreros las briznas de conocimientos políticos que ellos tenían, las briznas de ideas socialistas que habían podido adquirir (pues el principal alimento espiritual del estudiante de nuestros días, el marxismo legal, no ha podido darle más que el abecedario, no ha podido darle más que briznas). Este "estímulo desde el exterior" no ha sido muy considerable, sino, al contrario, insignificante, escandalosamente insignificante en nuestro movimiento, pues no hemos hecho más que cocernos con demasiado celo en nuestra propia salsa, prosternarnos demasiado servilmente ante la elemental "lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno". Nosotros, revolucionarios de profesión, debemos "estimular" así, cien veces más, y estimularemos. Pero precisamente porque elegís esta infame expresión de "estímulo desde el exterior", expresión que inspira de modo inevitable al obrero (al menos, al obrero tan poco desarrollado como vosotros) la descon-
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fianza hacia todos los que le aportan desde el exterior conocimientos políticos y experiencia revolucionaria, despertando el deseo instintivo de rechazar a todos ellos, obráis como demagogos, y los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera.
   
¡Sí, sí! ¡Y no os apresuréis a chillar a propósito de mis "procedimientos" polémicos "faltos de espíritu de camaradería"! Yo no pongo en entredicho la pureza de vuestras intenciones; ya he dicho que la ingenuidad política basta para hacer de una persona un demagogo. Pero he demostrado que habéis descendido hasta la demagogia, y no me cansaré de repetir que los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. Y son los peores, precisamente porque excitan los malos instintos de la multitud, y les es imposible a los obreros atrasados reconocer a dichos enemi gos, los cuales se presentan, y, a veces, sinceramente, en calidad de amigos. Son los peores, porque, en este período de dispersión y de vacilación, en que la fisonomía de nuestro movimiento aun está formándose, no hay nada más fácil que arrastrar demagógicamente a la multitud, a la cual sólo las pruebas más amargas lograrán después persuadir de su error. He aquí por qué los socialdemócratas rusos actuales deben tener como consigna del momento la de combatir resueltamente a Svoboda y a Rabócheie Dielo, que están des cendiendo a la demagogia. (Más abajo volveremos a hablar en detalle sobre este punto*.)
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"Es más fácil cazar a una decena de hombres inteligentes que a un centenar de imbéciles". Este excelente axioma (que os valdrá siempre los aplausos del centenar de imbéciles) parece evidente únicamente porque, en el curso de vuestro razonamiento, habéis saltado de una cuestión a otra. Habíais comenzado por hablar y seguís hablando de la captura del "comité", de la captura de la "organización", y ahora habéis saltado a otra cuestión, a la captura de las "raíces" "profundas" del movimiento. Naturalmente, nuestro movimiento es indestructible sólo porque tiene centenares y centenares de millares de raíces en lo hondo del movimiento, pero no es de esto de lo que se trata, ni mucho menos. En lo que se refiere a las "raíces profundas", tampoco ahora se nos puede "capturar", a pesar del carácter primitivo de nuestros métodos de trabajo, y, sin embargo, todos deploramos y no podemos menos de deplorar la captura de "organizaciones", que impide toda continuidad en el movimiento. Ahora bien, ya que planteáis la cuestión de la captura de las orgenizaciones e insistís en tratar de ella, os diré que es mucho más difícil pescar a una decena de hombres inteligentes que a un centenar de imbéciles; y seguiré sosteniéndolo sin hacer ningún caso de vuestros esfuerzos para azuzar a la multitud contra mi "antidemocratismo", etc. Por "hombres inteligentes" en materia de organización hay que entender tan sólo, como lo he indicado en varias ocasiones, los revolucionarios profesionales, lo mismo da que sean estudiantes u obreros quienes se forjen como tales revolucionarios profesionales. Pues bien, yo afirmo: 1) que no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable y que asegure la continuidad; 2) que cuanto más extensa sea la masa espontáneamente incorporada a la lucha, masa que consti-
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tuye la base del movimiento y que participa en él, más apremiante será la necesidad de semejante organización y más sólida tendrá que ser ésta (ya que tanto más fácilmente podrá toda clase de demagogos arrastrar a las capas atrasadas de la masa); 3) que dicha organización debe estar formada, fundamentalmente, por hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias; 4) que en el país de la autocracia, cuanto más restrinjemos el contingente de los miembros de una organización de este tipo, hasta no incluir en ella más que aquellos afiliados que se ocupen profesionalmente de actividades revolucionarias y que tengan ya una preparación profesional en el arte de luchar contra la policía política, más difícil será "cazar" a esta organización, y 5) mayor será el número de personas tanto de la clase obrera como de las demás clases de la sociedad que podrán participar en el movimiento y colaborar activamente en él.
   
Invito a nuestros economistas, terroristas y "economistas-terroristas"* a que refuten estas tesis, de las cuales no desarrollaré en este momento más que las dos últimas. La cuestión de si es más fácil pescar a "una decena de hombres
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inteligentes" que a "un centenar de imbéciles" se reduce a la cuestión que he analizado más arriba de si es compatible una organización de masas con la necesidad de mantener un régimen estrictamente clandestino. Nunca podremos dar a una organización vasta el carácter clandestino indispensable para una lucha firme y continuada contra el gobierno. Y la concentración de todas las funciones clandestinas en manos del número más pequeño posible de revolucionarios profesionales no significa en modo alguno que estos últimos "pensarán por todos", que la muchedumbre no participará activamente en el movimiento. Al contrario, la muchedumbre hará surgir de su seno a un número cada vez mayor de revolucionarios profesionales, pues sabrá entonces que no basta que algunos estudiantes y obreros que luchan en el terreno económico se reúnan para constituir un "comité", sino que es necesario forjarse, a través de años, como revolucionarios profesionales, y "pensará" no tan sólo en los métodos primitivos de trabajo, sino precisamente en esta formación. La centralización de las funciones clandestinas de la organización no implica en manera alguna la centralización de todas las funciones del movimiento. Lejos de disminuir, la colaboración activa de las masas en las publicaciones ilegales se decuplicará, cuando una "decena" de revolucionarios profesionales centralicen la edición clandestina de dichas publicaciones. Así, y sólo así, conseguiremos que la lectura de las publicaciones ilegales, la colaboración en ellas y, en parte, hasta su difusión dejen casi de ser una obra clandestina, pues la policía comprenderá pronto cuán absurdas e imposibles son las persecuciones judiciales y administrativas contra cada poseedor o propagador de publicaciones tiradas por millares de ejemplares. Lo mismo
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cabe decir no sólo de la prensa, sino de todas las funciones del movimiento, incluso las manifestaciones. La participación más activa y más amplia de las masas en una manifestación no sólo no saldrá perjudicada, sino que, por el contrario, tendrá muchas más probabilidades de éxito si una "decena" de revolucionarios profesionales, probados, bien adiestrados, al menos tan bien como nuestra policía, centraliza el trabajo clandestino en todos sus aspectos: edición de octavillas, elaboración del plan aproximado, nombramiento de los dirigentes para cada barriada de la ciudad, cada grupo de fábrica, cada establecimiento de enseñanza, etc. (se dirá, ya lo sé, que mis concepciones son "antidemocráticas", pero más adelante refutaré de manera detallada esta objeción nada inteligente). La centralización de las funciones más clandestinas por la organización de los revolucionarios no debilitará, sino que enriquecerá la amplitud y el contenido de la actividad de una gran cantidad de otras organizaciones destinadas al gran público, y, por consiguiente, lo menos reglamentadas y lo menos clandestinas posible: sindicatos obreros, círculos obreros instructivos y de lectura de publicaciones ilegales, círculos socialistas, círculos democráticos para todos los demás sectores de la población, etc., etc. Tales círculos, sindicatos y organizaciones son necesarios por todas partes; es preciso que sean lo más numerosos, y sus funciones, lo más variadas posible, pero es absurdo y perjudicial confundir estas organizaciones con la de los revolucionarios, borrar entre ellas las fronteras, extinguir en la masa la conciencia, ya de por sí increíblemente oscurecida, de que para "servir" a un movimiento de masas es necesario disponer de hombres que se consagren especial y enteramente a la acción socialdemócrata, y que
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estos hombres deben forjarse con paciencia y tenacidad hasta convertirse en revolucionarios profesionales.
   
Sí, esta conciencia se halla oscurecida hasta lo increíble. Con nuestros métodos primitivos de trabajo hemos comprometido el prestigio de los revolucionarios en Rusia : en esto radica nuestra falta capital en materia de organización. Un revolucionario blandengue, vacilante en las cuestiones teóricas, limitado en su horizonte, que justifica su inercia por la espontaneidad del movimiento de masas, más semejante a un secretario de tradeunión que a un tribuno popular, sin un plan audaz y de gran extensión, que imponga respeto a sus adversarios, inexperimentado e inhábil en su oficio (la lucha contra la policía política), ¡no es un revolucionario, sino un mísero artesano!
   
Que ningún militante dedicado al trabajo práctico se ofenda por este duro epíteto, pues, en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí mismo en primer término. He trabajado en un círculo[38] que se asignaba tareas vastas y omnímodas, y todos nosotros, miembros del círculo, sufríamos lo indecible al ver que no éramos más que unos artesanos en un momento histórico en que, parafraseando el antiguo apotegma, se podría decir: ¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos! Y cuanto más frecuentemente he tenido que recordar el agudo sentimiento de verguenza que experimentaba entonces, tanto más se ha acrecentado en mí la amargura sentida contra esos seudosocialdemócratas, cuya propaganda "deshonra el nombre de revolucionario" y que no comprenden que nuestra obra no consiste en abogar que el revolucionario sea rebajado al nivel del artesano, sino en elevar a éste al nivel del revolucionario.
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Como hemos visto, B-v habla de "la escasez de fuerzas revolucionarias aptas para la acción, escasez que se observa no sólo en Petersburgo, sino en toda Rusia". Y no creo que haya nadie que ponga en duda este hecho. Pero el problema consiste en cómo explicarlo. B-v escribe:
   
"No vamos a tratar de esclarecer las razones históricas de este fenómeno; sólo diremos que, desmoralizada por una larga reacción política y desarticulada por los cambios económicos que se han producido y se siguen produciendo, la sociedad proporciona un número extremadamente reducido de personas aptas para el trabajo revolucionario ; que la clase obrera, destacando revolucionarios obreros, completa en parte las filas de las organizaciones clandestinas, pero que el número de estos revolucionarios no responde a las exigencias de la época. Tanto más, cuanto que el obrero, que está ocupado en la fábrica once horas y media por día, no puede, por su situación, desempeñar principalmente más que funciones de agitador; en cambio, la propaganda y la organización, la reproducción distribución de literatura clandestina, la publicación de proclamas, etc., corren sobre todo, quiérase o no, a cargo de un número extremadamente reducido de intelectuales" (R. Dielo, núm. 6, págs. 38-39).
   
En muchos puntos no estamos de acuerdo con esta opinión de B-v; y en particular no estamos de acuerdo con las palabras subrayadas por nosotros, las cuales muestran con singular relieve que, después de haber sufrido mucho (como todo militante práctico, que piense algo) por nuestros métodos primitivos, B-v no puede, porque está subyugado por el economismo, encontrar una salida de esta situación intolerable. No, la sociedad proporciona un número extremadamente grande de personas aptas para la "causa", pero nosotros no sabemos utilizarlas a todas. En este sentido, el estado crítico, el estado de transición de nuestro movimiento puede formularse del modo siguiente: no hay hombres y hay infínidad de hombres. Hay infinidad de hombres,
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porque tanto la clase obrera como sectores cada vez más variados de la sociedad proporcionan cada año más y más descontentos, que desean protestar, que están dispuestos a cooperar en lo que puedan en la lucha contra el absolutismo, cuyo carácter insoportable no lo ve aún todo el mundo, pero lo sienten masas cada vez más extensas, y cada vez más agudamente. Pero, al mismo tiempo, no hay hombres, porque no hay dirigentes, no hay jefes políticos, no hay talentos capaces de organizar un trabajo a la vez amplio y unificado, coordinado, que permita utilizar todas las fuerzas, hasta las más insignificantes. "El crecimiento y el desarrollo de las organizaciones revolucionarias" están atrasados, no sólo en relación con el crecimiento del movimiento obrero, cosa que reconoce también B-v, sino en relación con el crecimiento del movimiento democrático general en todos los sectores del pueblo. (Por lo demás, es probable que B-v reconocería hoy esto, como complemento a su conclusión.) El alcance del trabajo revolucionario es demasiado reducido si se compara con la amplia base espontánea del movimiento, está demasiado ahogado por la pobre teoría de "la lucha económica contra los patronos y el gobierno". Pero hoy, no sólo los agitadores políticos, sino también los organizadores socialdemócratas tienen que "ir a todas las clases de la población"*, No creo que ni un solo militante dedicado al trabajo práctico dude de que los socialdemócratas puedan
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repartir las mil funciones fragmentarias de su trabajo de organización entre los distintos representantes de las dases más diversas. La falta de especialización es uno de los más graves defectos de nuestra técnica, que B-v deplora tan amargamente y con tanta razón Cuanto más menudas sean las diversas "operaciones" de la labor general, tantas más personas podrá encontrarse que sean capaces de llevarlas a cabo (y, en la mayoría de los casos, absolutamente incapaces de ser revolucionarios profesionales), y tanto más difícil será que la policía "pesque" a todos esos "militantes que desempeñan funciones fragmentarias", tanto más difícil será que pueda montar con el delito insignificante de un individuo un "asunto" que justifique los gastos del Estado en senicios secretos. Y, por lo que se refiere al número de personas dispuestas a colaborar con nosotros, ya hemos dicho en el capítulo anterior qué cambio gigantesco se ha producido en este aspecto en los cinco años últimos. Pero, por otra parte, también para agrupar en un todo único todas estas pequeñas fracciones, para no fragmentar con las funciones el movimiento mismo y para infundir al ejecutor de las funciones menudas la fe en la necesidad y en el valor de su trabajo, fe sin la cual nunca trabajará*, para todo esto hace falta
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precisamente una fuerte organización de revolucionarios probados. Contando con una organización así, la fe en la fuerza del Partido se hará tanto más firme y tanto más extensa, cuanto más clandestina sea la organización, y en la guerra, como es sabido, lo más importante es no sólo inspirar confianza en sus propias fuerzas al ejército propio, sino impresionar al enemigo y a todos los elementos neutrales ; una neutralidad amistosa puede, a veces, decidir la contienda. Con semejante organización, elevada sobre una base teórica firme y contando con un órgano socialdemócrata, no habrá que temer que el movimiento sea desviado de su camino por los numerosos elementos "extraños" que se hayan adherido a él (al contrario, precisamente ahora, cuando predominan los métodos primitivos, vemos cómo muchos socialdemócratas, creyéndose los únicos verdaderos socialdemócratas, desvían el movimiento hacia la línea del "Credo"). En una palabra, la especialización presupone necesariamente la centralización, y, a su vez, la exige en forma absoluta.
   
Pero el mismo B-v, que ha mostrado tan bien toda la necesidad de la especialización, no la aprecia suficientemente, a nuestro parecer, en la segunda parte del razonamiento
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citado. Según él, el número de revolucionarios procedentes de los medios obreros es insuficiente. Esta observación es perfectamente justa, y volvemos a subrayar que la "valiosa noticia de un observador directo" confirma plenamente nuestra opinión sobre las causas de la crisis por que actualmente atraviesa la socialdemocracia y, por tanto, sobre los procedimientos de remediarla. No sólo los revolucionarios en general están retrasados con respecto al auge espontáneo de las masas, sino que induso los obreros revolucionarios están atrasados en relación con el auge espontáneo de las masas obreras. Y este hecho confirma del modo más evidente, incluso desde el punto de vista "práctico", no sólo el absurdo, sino el carácter político reaccionario de la "pedagogía" con que se nos obsequia con tanta frecuencia cuando se trata del problema de nuestros deberes para con los obreros. Este hecho testimonia que la más primordial e imperiosa de nuestras obligaciones es contribuir a la formación de obreros revolucionarios, que, desde el punto de vista de su actividad en el Partido, estén al mismo nivel que los revolucionarios intelectuales (subrayamos: desde el punto de vista de su actividad en el Partido, porque en otros sentidos no es, ni mucho menos, tan fácil ni tan urgente, aunque sí necesario, que los obreros lleguen al mismo nivel). Por eso, nuestra atención debe dirigirse principelmente a elevar a los obreros al nivel de los revolucionarios y no a descender nosotros mismos indefectiblemente al nivel de la "masa obrera", como quieren los economistas, e indefectiblemente al nivel del "obrero medio", como quiere Svoboda (que, en este sentido, pasa al segundo grado de la "pedagogía" economista). Nada está más lejos de mí que la idea de negar la necesidad de una literatura popular para los obreros
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y de otra literatura especialmente popular (pero, claro está, no vulgar) para los obreros especialmente atrasados. Pero lo que me indigna es esa constante adición de la pedagogía a los problemas políticos, a las cuestiones de organización. Pues vosotros, señores campeones del "obrero medio", en el fondo, más bien ofendéis a los obreros con el deseo de inclinarse sin falta hacia ellos, antes de hablar de política obrera o de organización obrera. ¡Erguíos, pues, para hablar de cosas serias y dejad a los pedagogos la pedagogía, que no es ocupación de políticos ni de organizadores! ¿Es que entre los intelectuales no hay también hombres avanzados, elementos "medios" y "masas"? ¿Es que no reconoce todo el mundo que los intelectuales también necesitan una literatura popular? ¿No se publica esa literatura? Pero imaginaos que, en un artículo sobre la organización de los estudiantes de universidad o de bachillerato, el autor, como quien hace un descubrimiento, se pusiera a machacar que hace falta, ante todo, una organización de "estudiantes medios". Semejante autor sería seguramente puesto en ridículo, y con toda razón. Le dirían: usted dénos unas cuantas ideillas de organización, si las tiene, y nosotros mismos ya veremos quién es "medio", superior o inferior. Y, si no tenéis ideillas propias sobre organización, todas vuestras disquisiciones sobre las "masas" y los "elementos medios" serán simplemente fastidiosas. Comprended de una vez que las cuestiones de "política" y de "organización", ya de por sí, son tan serias, que no se puede hablar de ellas sino con extrema seriedad: se puede y se debe preparar a los obreros (lo mismo que a los estudiantes de universidad y de bachillerato) para poder abordar ante ellos esas cuestiones, pero, una vez que han sido abordadas, dad verdaderas respuestas, no déis
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marcha atrás, hacia los "elementos medios" o hacia las "masas", no salgáis del paso con frases y anécdotas[*].
   
El obrero revolucionario, si quiere prepararse plenamente para su trabajo, debe convertirse también en un revolucionario profesional. Por esto no tiene razón B-v al decir que, por estar ocupado el obrero en la fábrica once horas y media, las demás funciones revolucionarias (salvo la agitación) "corren sobre todo, quiérese o no, a cargo de un número extremadamente reducido de intelectuales". No sucede esto "quiérase o no ", sino a consecuencia de nuestro atraso, porque no comprendemos que es nuestro deber ayudar a todo obrero que se distinga por su capacidad a convertirse en un agitador profesional, en un organizador, en un propagandista, en un distribuidor, etc., etc. En este sentido, malgastamos vergonzosamente nuestras fuerzas, no sabemos cuidar lo que tiene que ser cultivado y desarrollado con particular solicitud. Fijaos en los alemanes: tienen cien veces más fuerzas que nosotros, pero comprenden perfectamente que los obreros "medios" no proporcionan con demasiada frecuencia agitadores, etc. efectivamente capaces. Por eso, procuran en seguida colocar a todo obrero capaz en condiciones que le permitan desarrollar plenamente y aplicar plenamente sus aptitudes: hacen de él un agitador profesional, le animan
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a ensanchar su campo de acción, a extenderla de una fábrica a todo un oficio, de una localidad a todo el país. De este modo, el obrero adquiere experiencia y habilidad profesional, ensancha su horizonte y sus conocimientos, observa de cerca a los jefes políticos eminentes de otras localidades y de otros partidos, procura elevarse él mismo a su nivel y reunir en su persona el conocimiento del medio obrero y el ardor de las convicciones socialistas con la competencia profesional, sin la que el proletariado no puede luchar empeñadamente contra sus enemigos perfectamente instruidos. Así, y sólo así, surgen de la masa obrera los Bebel y los Auer. Pero lo que en un país políticamente libre se hace en gran parte por sí solo, entre nosotros deben hacerlo sistemáticamente nuestras organizaciones. Todo agitador obrero que tenga algún talento, que "prometa", no debe trabajar once horas en la fábrica. Debemos arreglárnoslas de modo que viva por cuenta del Partido, que pueda pasar a la acción clandestina en el momento preciso, que cambie de localidad en la que actúa, pues de otro modo no adquirirá gran experiencia, no ampliará su horizonte, no podrá sostenerse siquiera unos cuantos años en la lucha contra los gendarmes. Cuanto más amplio y más profundo es el auge espontáneo de las masas obreras, tantos más agitadores de talento destacan, y no sólo agitadores, sino organizadores, propagandistas y militantes "prácticos" de talento, en el buen sentido de la palabra (que son tan escasos entre nuestros intelectuales, en su mayor parte un poco apáticos y descuidados a la rusa). Cuando tengamos destacamentos de obreros revolucionarios (y bien entendido que en "todas las armas" de la acción revolucionaria) especialmente preparados por un largo aprendizaje, ninguna policía política del mundo podrá
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con ellos, porque esos destacamentos de hombres consagrados en cuerpo y alma a la revolución gozarán igualmente de una confianza ilimitada por parte de las más amplias masas obreras. Y cometemos una falta directa no "empujando" bastante a los obreros hacia este camino, que es común para ellos y para los "intelectuales", hacia el camino del aprendizaje revolucionario profesional, tirando con demasiada frecuencia de ellos hacia atrás con discursos necios sobre lo que es "accesible" a la masa obrera, a los "obreros medios", etc.
   
En este sentido, como en los demás, el reducido alcance del trabajo de organización está en relación indudable e íntima (aunque la inmensa mayoría de los "economistas" y de los militantes prácticos novatos no lo reconozcan) con la reducción del alcance de nuestra teoría y de nuestras tareas políticas. El culto de la espontaneidad origina una especie de temor de apartarnos, aunque sea un paso, de lo que sea "accesible" a las masas, un temor de subir demasiado alto, por encima de la simple satisfacción de sus necesidades directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en materia de organización estamos a un nivel tan bajo, que es absurda hasta la propia idea de que podamos subir demasiado alto!
   
Y hay entre nosotros muchas gentes tan sensibles a "la voz de la vida", que temen más que nada precisamente esto, acusando a los que mantienen las opiniones expuestas más arriba de ser secuaces de "La Voluntad del Pueblo", de no comprender el "democratismo", etc Tenemos que detener-
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nos en estas acusaciones, que apoya también, como es natural, Rabócheie Dielo.
   
Quien escribe estas líneas sabe muy bien que los economistas petersburgueses acusaban ya a Rabóchaia Gasieta de seguir a "La Voluntad del Pueblo" (cosa comprensible si se la compara con Rabóchaia Misl ). Por eso, cuando después de la aparición de Iskra un camarada nos refirió que los socialdemócratas de la ciudad de X califican a Iskra de órgano de "La Voluntad del Pueblo", no nos sentimos nada sorprendidos. Naturalmente, esa acusación era para todos un elogio, pues ¿a qué socialdemócrata decente no le han acusado los economistas de lo mismo?
   
Estas acusaciones son debidas a una doble confusión. En primer lugar, se conoce tan poco entre nosotros la historia del movimiento revolucionario, que se asocia a "La Voluntad del Pueblo" toda idea de una organización combativa centralizada que declare una guerra resuelta al zarismo. Pero la magnífica organización que tenían los revolucionarios de la década del 70 y que debería servirnos a todos de modelo no la crearon, ni mucho menos, los secuaces de "La Voluntad del Pueblo", sino los partidarios de "Tierra y Libertad "*, que una escisión dividió en partidarios de "El Reparto Negro" y secuaces de "La Voluntad del Pue-
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blo". Por esto es absurdo, histórica y lógicamente, ver en una organización revolucionaria de combate algo específicamente propio de los secuaces de "La Voluntad del Pueblo", porque toda tendencia revolucionaria, si piensa realmente en una lucha seria, no puede prescindir de semejante organización. El error de los secuaces de "La Voluntad del Pueblo" no consistió en procurar que se incorporaran a su organización todos los descontentos y en orientar esa organización hacia una lucha resuelta contra la autocracia. Eso, por el contrario, constituye su gran mérito ante la historia. Y su error consistió en apoyarse en una teoría que, en realidad, no era en modo alguno una teoría revolucionaria, y en no haber sabido, o en no haber podido, establecer un nexo firme entre su movimiento y la lucha de clases que se desenvolvía en la sociedad capitalista en desarrollo. Y sólo la más burda incomprensión del marxismo (o su "comprensión" en el sentido del "struvismo") ha podido dar lugar a la opinión de que la aparición de un movimiento obrero espontáneo de masas nos exime de la obligación de crear una organización de revolucionarios tan buena como la de los partidarios de "Tierra y Libertad" o de crear una organización aún incomparablemente mejor. Ese movimiento, por el contrario, nos impone precisamente esa obligación, porque la lucha espontánea del proletariado no se convertirá
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en su verdadera "lucha de clases" mientras esta lucha no sea dirigida por una fuerte organización de revolucionarios.
   
En segundo lugar, muchos -- y entre ellos, por lo visto, L. Krichevski (R. D., núm. 10, pág. 18) -- no comprenden bien la polémica que siempre han sostenido los socialdemócratas contra la concepción de la lucha política como una lucha "de conjuradores". Hemos protestado y protestaremos siempre, desde luego, contra la reducción de la lucha política a las dimensiones de una conjuración*, pero eso, claro está, no significaba en modo alguno que neguemos la necesidad de una fuerte organización revolucionaria. Y, por ejemplo, en el folleto citado en la nota, junto a la polémica contra quienes quieren reducir la lucha política a una conjuración, se encuentra el esquema de una organización (como ideal de los socialdemócratas) lo suficientemente fuerte para poder, "con objeto de dar el golpe decisivo al absolutismo", recurrir tanto a la "insurrección" como a cual quier "otra forma de ataque"**. Por su forma, una organización revolucionaria de esa fuerza en un país autocrático
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puede llamarse también organización "de conjuradores", porque la palabra francesa "conspiración" equivale en ruso a "conjuración", y el carácter conspirativo es imprescindible en el grado máximo para semejante organización. Hasta tal punto es el carácter conspirativo condición imprescindible de tal organización, que todas las demás condiciones (número de miembros, su selección, sus funciones, etc.) tienen que coordinarse con ella. Sería, por tanto, extrema candidez temer que nos acusaran a los socialdemócratas de querer crear una organización de conjuradores. Todo enemigo del economismo debe enorgullecerse de esa acusación, como de la acusación de seguir a "La Voluntad del Pueblo".
   
Se nos objetará que una organización tan poderosa y tan rigurosamente secreta, que concentra en sus manos todos los hilos de la actividad conspirativa, organización necesariamente centralista, puede lanzarse con demasiada facilidad a un ataque prematuro, puede forzar irreflexivamente el movimiento, antes de que lo hagan posible y necesario la extensión del descontento político, la fuerza de la efervescencia y de la indignación de la clase obrera, etc. Nosotros contestaremos que, hablando en términos abstractos, no se puede negar, desde luego, que una organización de combate puede entablar una batalla impremeditada, la cual puede terminar con una derrota que no sería en absoluto inevitable en otras coridiciones. Pero, en semejante problema, es imposible limitarse a consideraciones abstractas, porque todo combate entraña posibilidades abstractas de derrota, y no hay otro medio de disminuir esa posibilidad que preparar organizadamente el combate. Y si planteamos el problema en el terreno concreto de las condiciones actuales de Rusia, tendremos que llegar a esta conclusión positiva: una fuerte
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organización revolucionaria es en absoluto necesaria, precisamente para dar estabilidad al movimiento y preservarlo de la posibilidad de ataques irreflexivos. Justamente ahora, cuando carecemos de semejante organización y el movimiento revolucionario crece espontánea y rápidamente, se observan ya dos extremos opuestos (que, como es lógico, "se tocan"): o un economismo totalmente inconsistente, acompañado de prédicas de moderación, o un "terror excitante", de la misma inconsistencia, que tiende "a producir artificialmente, en el movimiento que se desarrolla y se consolida, pero que todavía está más cerca de su principio que de su fin, síntomas de su fin" (V. Sasúlich en Sariá, núm. 2-3, pág. 353). Y el ejemplo de Rab. Dielo demuestra que existen ya socialdemócratas que capitulan ante ambos extremos. Y no es de extrañar, porque, amén de otras razones, la "lucha económica contra los patronos y el gobierno" no satisfará nunca a un revolucionario, y siempre surgirán, aquí o allá, extremos opuestos. Sólo una organización combativa centralizada, que aplique firmemente la política socialdemócrata y que satisfaga, por decirlo así, todos los instintos y aspiraciones revolucionarios, puede preservar al movimiento de un ataque irreflexivo y preparar un ataque que prometa éxito.
   
Se nos objetará también que el punto de vista expuesto sobre la organización contradice los "principios democráticos". Mientras la acusación anterior es de origen específicamente ruso, ésta tiene carácter específicamente extranjero. Sólo una organización del extranjero (la "Unión de socialdemocratas rusos") ha podido dar a su redacción, entre otras instrucciones, la siguiente:
   
"Principio de organízación. Para favorecer el desarrollo y unificación de la socialdemocracia, es preciso subrayar desarrollar, luchar por un amplio principio democrático en su organización de partido, cosa que han
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hecho especialmente imprescindible las tendencias antidemocráticas que han aparecido en las filas de nuestro Partido" (Dos congresos, pag. 18).
   
En el capítulo siguiente veremos cómo precisamente lucha Rab. Dielo contra las "tendencias antidemocráticas" de Iskra. Ahora veamos más al detalle el "principio" que proponen los economistas. Todo el mundo estará probablemente de acuerdo en que el "amplio principio democrático" supone las dos condiciones imprescindibles siguientes: en primer lugar, una publicidad completa, y, en segundo lugar, el carácter electivo de todos los cargos. Sin publicidad sería ridículo hablar de democratismo, y, además, sin una publicidad que no quede reducida a los miembros de la organización. Llamaremos democrática a la organización del Partido Socialista alemán, porque todo en él se hace públicamente, incluso las sesiones de sus congresos, pero nadie llamará democrática a una organización que se oculte, para todos los que no sean miembros suyos, tras el velo del secreto. Por tanto, ¿qué sentido tiene proponer un "amplio principio democrático", cuando la condición fundamental de ese principio es irrealizable para una organización secreta? El "amplio principio" resulta ser una mera frase, sonora, pero vacía. Aún más. Esta frase demuestra una incomprensión completa de las tareas urgentes del momento en materia de organización. Todo el mundo sabe hasta qué punto está extendida entre nosotros la falta de discreción conspirativa en la "gran" masa de revolucionarios. Ya hemos visto cómo se queja amargamente de ello B-v, exigiendo, con toda razón, "una severa selección de los afiliados" (R. D., núm. 6, pág. 42). ¡Y de pronto surgen gentes que se ufanan de su "sentido de la vida" y, en semejante situación, subrayan, no la necesidad de la más severa discreción conspirativa y de la más rigurosa (y, por consiguiente, más es-
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trecha) selección de afiliados, sino un "amplio principio democrático"! Esto se llama no dar en el clavo.
   
No queda mejor parado el segundo signo de democracia, el carácter electivo. En los países que gozan de libertad política, esta condición se sobreentiende por sí misma. "Se considera miembro del Partido todo el que acepta los principios de su programa y ayuda al Partido en la medida de sus fuerzas", dice el artículo primero de los estatutos del Partido Socialdemócrata alemán. Y como toda la liza política está descubierta para todos, al igual que la rampa de la escena para los espectadores de un teatro, el que se acepte o no se acepte, se preste o no se preste apoyo son cosas que todos saben por los periódicos y por las reuniones públicas. Todo el mundo sabe que determinado hombre político ha comenzado de tal manera, ha pasado por ta! y tal evolución, se ha portado de tal y tal modo en un momento difícil de su vida, se distingue en general por tales y tales cualidades: por tanto, es natural que a este hombre lo puedan elegir o no elegir con conocimiento de causa, para determinado cargo de partido, todos los miembros del Partido. El control general (en el sentido literal de la palabra) de cada uno de los pasos del afiliado al Partido, a lo largo de su carrera política, crea un mecanismo de acción automática, cuyo resultado es lo que en biología se llama "supervivencia de los mejor adaptados". La "selección natural", producto de la completa publicidad, del carácter electivo y del control general, asegura que, al fin y al cabo, cada hombre quede "en su sitio", se encargue de la labor que mejor concuerde con sus fuerzas y con sus aptitudes, experimente sobre sí mismo todas las consecuencias de sus errores y demuestre ante los ojos de todos su capacidad de reconocer sus faltas y de evitarlas.
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¡Pero prueben ustedes a encajar este cuadro en el marco de nuestra autocracia! ¿Es acaso concebible entre nosotros que "todo el que acepte los principios del programa del Partido y ayude al Partido en la medida de sus fuerzas" controle cada paso del revolucionario clandestino? ¿Que todos elijan a una u otra persona de entre estos últimos, cuando, en interés de su trabajo, el revolucionario está obligado a ocultar su verdadera personalidad a las nueve décimas partes de esos "todos"? Reflexionad aunque sea un momento acerca del verdadero sentido de las sonoras palabras de Rab. Dielo y veréis que un "amplio democratismo" de una organización de partido en las tinieblas de la autocracia, cuando son los gendarmes los que seleccionan, no es más que una frivolidad vana y perjudicial. Es una futesa vana, porque, en la práctica, nunca ha podido ninguna organización revolucionaria aplicar un amplio democratismo, ni puede aplicarlo, por mucho que lo desee. Es una futesa perjudicial, porque los intentos de aplicar en la práctica un "amplio principio democrático" sólo facilitan a la policía las grandes redadas y consagran por una eternidad los métodos primitivos de trabajo dominantes, distrayendo el pensamiento de los militantes dedicados a la labor práctica de la seria e imperiosa tarea de forjarse como revolucionarios profesionales, desviándolo hacia la redacción de detallados reglamentos "burocráticos" sobre sistemas de elecciones. Sólo en el extranjero, donde no pocas veces se reúnen gentes que no pueden encontrar una labor verdadera y real, ha podido desarrollarse, en alguna que otra parte, especialmente en diversos pequeños grupos, ese "juego al democratismo".
   
Para demostrar al lector hasta qué punto es indecorosa la forma en que Rab. Dielo gusta de preconizar un "principio"
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tan noble como el democratismo en el trabajo revolucionario, nos remitiremos de nuevo a un testigo. Se trata de E. Serebriakov, director de la revista de Londres Nakanunie, que siente gran debilidad por Rab. Dielo y gran odio contra Plejánov y los "plejanovistas": en los artículos referentes a la escisión de la "Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero", Nakanunie se puso decididamente al lado de Rab. Dielo y se abalanzó con una verdadera nube de palabras lamentables sobre Plejánov. Tanto más valor tiene para nosotros el testigo en este punto. En el núm. 7 de Nakanunie (julio de 1899), en el artículo titulado: "Con motivo del llamamiento del 'Grupo de autoemancipación obrera'", E. Serebriakov decía que era "indecoroso" plantear cuestiones de "prestigio, de primacía, de lo que se llama el areópago, en un movimiento revolucionario serio", y decía, entre otras cosas, lo siguiente:
   
"Myshkin, Rogachev, Zheliábov, Mijáilov, Peróvskaia, Figner y otros nunca se consideraron dirigentes y nadie los había elegido ni nombrado, aunque en realidad sí lo eran, porque, tanto en el período de propaganda como en el de lucha contra el gobierno, se encargaron del peso mayor del trabajo, fueron a los sitios más peligrosos y su actividad fue la más fructifera. Y la primacía no resultaba de que la desearan, sino de que los camaradas que los rodeaban confiaban en su inteligencia, en su energía y en su lealtad. Temer a un areópago (y, si no se le teme, no hay por qué hablar de él) que pueda dirigir autoritariamente el movimiento, es ya demasiada candidez ¿Quién le obedecería?"
   
Preguntamos al lector: ¿en qué se diferencia el "areópago" de las "tendencias antidemocráticas"? ¿No es evidente que el "plausible" principio de organización de Rabócheie Dielo es tan cándido como indecoroso? Cándido, porque a un "areópago" o a "gentes con tendencias antidemocráticas" sencillamente no las obedecerá nadie, toda vez que "los camaradas que los rodean no confiarán en su inteligencia, en
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su energía y en su lealtad". E indecoroso, como salida demagógica en la que se especula con la presunción de unos, con el desconocimiento, por parte de otros, del estado en que realmente se encuentra nuestro movimiento y con la falta de preparación y el desconocimiento de la historia del movimiento revolucionario, por parte de los terceros. El único principio de organización serio a que deben atenerse los dirigentes de nuestro movimiento tiene que ser el siguiente: la más severa discreción conspirativa, la más rigurosa selección de afiliados y la preparación de revolucionarios profesionales. Si se cuenta con estas cualidades, está asegurado algo mucho más importante que el "democratismo", a saber: la plena y fraternal confianza mutua entre los revolucionarios. Indiscutiblemente, necesitamos esta confianza, porque no se puede hablar entre nosotros, en Rusia, de sustituirla por un control democrático general. Y cometeríamos un gran error si creyéramos que, por ser imposible un control verdaderamente "democrático", los afiliados a una organización revolucionaria se convierten en incontrolados: no tienen tiempo de pensar en las formas ficticias de democracia (democracia en el seno de un apretado grupo de camaradas entre los que reina plena confianza mutua), pero sienten muy vivamente su responsabilidad, sabiendo además, por experiencia, que una organización de verdaderos revolucionarios no se parará en nada para librarse de un miembro indigno. Además, está bastante extendida entre nos otros una opinión pública de los medios revolucionarios rusos (e internacionales), que tiene tras sí toda una historia y que castiga con implacable severidad toda falta a las obligacio nes de camaradería (¡y el "democratismo", el verdadero, no el democratismo ficticio, queda comprendido, como la parte
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en el todo, en este concepto de camaradería!). ¡Tened todo esto en cuenta y comprenderéis qué repugnante tufillo a juego en el extranjero, a juego a generales, despiden todas esas habladurías y resoluciones sobre "tendencias antidemocráticas"!
   
Hay que observar, además, que la otra fuente de tales habladurías, es decir, la candidez, se alimenta también de la confusión de ideas acerca de lo que es la democracia. En el libro de los esposos Webb sobre las tradeuniones inglesas hay un capítulo curioso: "La democracia primitiva". Los autores refieren en este capítulo cómo los obreros ingleses, en el primer período de existencia de sus sindicatos, consideraban como señal imprescindible de democracia el que todos hicieran de todo en la dirección de los sindicatos: no sólo eran decididas todas las cuestiones por votación de todos los miembros, sino que los cargos también eran desempeñados sucesivamente por todos los afiliados. Fue necesaria una larga experiencia histórica para que los obreros comprendieran lo absurdo de semejante concepto de la democracia y la necesidad, por una parte, de que existieran instituciones representativas y, por otra, de funcionarios profesionales Fueron necesarios unos cuantos casos de quiebra de cajas de los sindicatos para que los obreros comprendieran que la relación proporcional entre las cuotas que pagaban y los subsidios que recibían no podía decidirse sólo por votación democrática, sino que exigía, además, el consejo de un perito en seguros Leed también el libro de Kautsky sobre el parlamentarismo y la legislación popular y veréis que las deducciones del teórico marxista coinciden con las lecciones que dan prolongados años de práctica de los obreros unidos "espontáneamente" Kautsky protesta enérgica-
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mente contra la forma primitiva en que Rittinhausen concibe la democracia, se burla de la gente dispuesta a exigir en nombre de la democracia que "los periódicos populares se redacten directamente por el pueblo", demuestra la necesidad de que existan periodistas profesionales, parlamentarios profesionales, etc., para dirigir de un modo socialdemócrata la lucha de clase del proletariado; ataca el "socialismo de anarquistas y literatos", que, por "efectismo", exaltan la legislación directamente popular y no comprenden hasta qué punto es sólo relativamente aplicable en la sociedad contemporánea.
   
Todo el que haya trabajado de un modo práctico en nuestro movimiento sabe cuán extendido está entre la masa de la juventud estudiantil y entre los obreros el concepto "primitivo" de la democracia. No es de extrañar que este concepto penetre tanto en estatutos como en publicaciones Los economistas de tipo bernsteiniano decían en su estatuto: "§ 10. Todos los asuntos que afecten a los intereses de toda la organización sindical serán decididos por mayoría de votos de todos sus miembros". Los economistas de tipo terrorista repiten tras ellos: "Es imprescindible que los acuerdos del comité recorran todos los círculos y sólo entonces sean acuerdos efectivos" (Svoboda, núm 1, pág. 67). Observad que esta exigencia de aplicar ampliamente el sistema de referéndum se plantea ¡después de exigir que toda la organización se base en el principio electivo! Desde luego, nada está más lejos de nosotros que el censurar por eso a los militantes dedicados al trabajo práctico, que han tenido muy poca posibilidad de conocer la teoría y la práctica de las organizaciones efectivamente democráticas. Pero, cuando Rab. Dielo, que pretende tener un papel dirigente, se limita en semejantes circunstancias a una resolución sobre
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un amplio principio democrático, ¿qué es esto sino puro "efectismo"?
   
Si las objeciones contra el plan de organización que aquí exponemos, al que se reprocha su falta de democratismo y su carácter conspirativo, carecen totalmente de fundamento, queda todavía una cuestión que se plantea muchas veces y que merece ser examinada en detalle: se trata de la relación entre el trabajo local y el trabajo en escala nacional. Se expresa el temor de que, al crearse una organización centralista, el centro de gravedad pase del primer trabajo al segundo, el temor de que esto perjudique al movimiento, debilite la solidez de los vínculos que nos unen con la masa obrera, y, en general, la estabilidad de la agitación local. Contestaremos que nuestro movimiento se resiente durante estos últimos años precisamente por el hecho de que los militantes locales están demasiado absorbidos por el trabajo local; que, por esta razón, es, sin duda de ningún género, necesario desplazar algo el centro de gravedad hacia el trabajo en el plano nacional; que este desplazamiento no debilitará, sino que, por el contrario, dará mayor solidez a nuestros vínculos y mayor estabilidad a nuestra agitación local. Examinemos la cuestión del órgano central y de los órganos locales, rogando al lector que no olvide que el asunto de la prensa no es para nosotros más que un ejemplo ilustrativo del trabajo revolucionario en general, infinitamente más amplio y más variado.
   
En el primer período del movimiento de masas (1896-1898), los militantes locales intentan publicar un órgano destinado a toda Rusia, la Rabóchaia Gasieta ; en el período
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siguiente (1898-1900), el movimiento da un gigantesco paso hacia adelante, pero los órganos locales absorben totalmente la atención de los dirigentes. Si se hace un recuento de todos esos órganos locales, resultará[*], en números redondos, un número al mes. ¿No es esto una prueba evidente de que nuestros métodos de trabajo son primitivos? ¿No demuestra esto con evidencia el atraso en que nuestra organización revolucionaria está respecto al auge espontáneo del movimiento? Si la misma cantidad de números de periódicos se hubiera publicado, no por grupos locales dispersos, sino por una organización única, no sólo habríamos economizado una enormidad de fuerzas, sino asegurado a nuestro trabajo infinitamente más estabilidad y continuidad. Olvidan con demasiada frecuencia esta sencilla consideración, tanto los militantes dedicados a las labores prácticas, que trabajan de un modo activo casi exclusivamente en los órganos locales (por desgracia, en la inmensa mayoría de los casos, la situación no ha cambiado), como los publicistas que muestran en esta cuestión un extraordinario quijotismo El militante dedicado al trabajo práctico se da generalmente por satisfecho con la consideración de que a los militantes locales "les es difícil"** ocuparse de la publicación de un periódico destinado a toda Rusia y que mejor es tener periódicos locales que no tener ninguno. Esto último es, desde luego,
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muy justo, y ningún militante dedicado al trabajo práctico reconocerá más que nosotros la gran importancia y la gran utilidad de los periódicos locales en general. Pero no se trata de esto, sino de ver si es posible librarse del fraccionamiento y de los métodos primitivos de trabajo, que tan palmariamente quedan reflejados por los treinta números de periódicos locales publicados en toda Rusia en dos años y medio. No os limitéis al principio indiscutible, pero demasiado abstracto, de la utilidad de los periódicos locales en general; tened, además, el valor de reconocer francamente sus lados negativos, que han puesto de manifiesto dos años y medio de experiencia. Esta experiencia demuestra que, en las condiciones en que nos encontramos, los periódicos locales, en la mayoría de los casos, resultan en principio inestables, políticamente carecen de importancia, y, en cuanto al consumo de energías revolucionarias, resultan demasiado costosos, como totalmente insatisfactorios desde el punto de vista técnico (me refiero, claro está, no a la técnica tipográfica, sino a la frecuencia y regularidad de la publicación). Y todos los defectos indicados no son obra de la casualidad, sino consecuencia inevitable del fraccionamiento que, por una parte, explica el predominio de los periódicos locales en el período que examinamos, y, por otra parte, encuentra un apoyo en ese predominio. Una organización local, por sí sola, no está realmente en condiciones de asegurar la estabilidad de principios de su periódico y colocarlo a la altura de un órgano político, no está en condiciones de reunir y utilizar materiales suficientes para enfocar toda nuestra vida política. Y, en cuanto al argumento a que ordinariamente se recurre en los países libres para justificar la necesidad de numerosos periódicos locales -- su baratura,
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por el hecho dé confeccionarlos obreros locales, y la posibilidad de ofrecer una información mejor y más rápida a la población --, la experiencia ha demostrado que, en nuestro país, este argumento se vuelve contra los periódicos locales. Estos resultan demasiado costosos en lo que al consumo de energías revolucionarias se refiere; y son publicados muy de tarde en tarde por la sencilla razón de que un periódico ilegal, por pequeño que sea, precisa un enorme aparato clandestino, que exige la existencia de una gran industria fabril, pues en un taller de artesanos no es posible montar semejante aparato. Cuando el aparato clandestino es primitivo, resulta muchas veces (todo militante dedicado al trabajo práctico conoce abundantes ejemplos de este género) que la policía aprovecha la aparición y difusión de uno o dos números para hacer una redada en masa, que deja todo como para volver a empezar de nuevo. Un buen aparato clandestino exige una buena preparación profesional de los revolucionarios y la mas consecuente división del trabajo, y estas dos condiciones son absolutamente irrealizables en una organización local aislada, por muy fuerte que sea en un momento dado. No hablemos ya de los intereses generales de todo nuestro movimiento (una educación socialista y política de los obreros basada en principios firmes); también los intereses específicamente locales quedan mejor atendidos por órganos no locales. Sólo a primera vista puede esto parecer una paradoja, pero, en realidad, la experiencia de los dos años y medio de que hemos hablado lo demuestra de un mcdo irrefutable. Todo el mundo estará de acuerdo en que, si todas las fuerzas locales que han publicado treinta números de periódicos locales hubieran trabajado para un solo periódico, se habrían publicado sin dificultad sesenta números de éste, si no cien, y por consiguiente, se habrían
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reflejado de un modo más completo las particularidades del movimiento puramente local. No cabe duda de que no es fácil conseguir esta coordinación, pero hace falta que, al fin, reconozcamos su necesidad; que cada círculo local piense y trabaje activamente en este sentido sin esperar el empujón de fuera, sin dejarse seducir por la accesibilidad y la proximidad de un órgano local, proximidad que -- según lo prueba nuestra experiencia revolucionaria -- es, en buena parte, ilusoria.
   
Y prestan un flaco servicio al trabajo práctico los publicistas que, considerándose especialmente próximos a los militantes prácticos, no se dan cuenta de este carácter ilusorio y salen del paso con un razonamiento tan extraordinariamente fácil como vacío: hacen falta periódicos locales, hacen falta periódicos regionales, hacen falta periódicos destinados a toda Rusia. Naturalmente, hablando en términos generales, todo esto hace falta, pero también hace falta, cuando se aborda un problema concreto de organización, pensar en las condiciones de ambiente y de tiempo. ¿Y no estamos, en efecto, ante un caso de quijotismo cuando Svoboda (núm. 1, pág. 68), "deteniéndose" especialmente "en el problema del periódico ", escribe: "Nosotros creemos que en todo centro obrero algo considerable debe haber un periódico obrero. No traído de fuera, sino justamente suyo propio"? Si este publicista no quiere pensar en el sentido de sus palabras, por lo menos piensa tú por él, lector: ¡cuántas decenas, si no centenares de "centros obreros algo considerables" hay en Rusia, y qué perpetuación de nuestros métodos primitivos de trabajo resultaría si cada organización local se pusiera efectivamente a publicar su propio periódico! ¡Cómo facilitaría este fraccionamiento a nuestros gendarmes la tarea de pescar -- y, además, sin el menor es-
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fuerzo "algo considerable" -- a los militantes locales, desde el comienzo mismo de su actuación, antes de haber podido llegar a ser verdaderos revolucionarios! En un periódico destinado a toda Rusia -- continúa el autor --, no interesarían mucho las narraciones de los atropellos de los fabricantes "y de los pequeños detalles de la vida fabril en diversas ciudades que no son las suyas", pero "al vecino de Orel no le aburrirá leer lo que sucede en Orel. Sabe siempre con quién se han 'metido', a quién 'se le da su merecido', y pone su alma en lo que lee" (pág. 69). Sí, sí, el vecino de Orel pone su alma, pero nuestro publicista "pone" también demasiada imaginación. Lo que éste debiera pensar es si es oportuna una tal defensa de la mezquindad de esfuerzos Nadie mejor que nosotros reconoce la necesidad e importancia de las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas, pero hay que recordar que hemos llegado ya a un momento en que a los vecinos de Petersburgo les aburre leer las cartas petersburguesas del periódico petersburgués Rabóchaia Misl. Para las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas locales hemos tenido siempre, y debemos seguir teniendo siempre las hojas volantes, pero el periódico tenemos que elevarlo, y no rebajarlo al nivel de hoja de fábrica. Para un "periódico" necesitamos denuncias no tanto de "pequeñeces", como de los grandes defectos típicos de la vida fabril, denuncias hechas a base de ejemplos particularmente destacados, que, por lo mismo, puedan interesar a todos los obreros y a todos los dirigentes del movimiento, que puedan enriquecer efectivamente sus conocimientos, ensanchar su horizonte, dar comienzo al despertar de una nueva región, de una nueva capa profesional de obreros.
   
"Además, en un periódico local, todos los desmanes de la administración de la fábrica o de otras autoridades pue-
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den recogerse en seguida, en caliente. En cambio, mientras llegue la noticia al periódico general, lejano, en el punto de origen ya se habrán olvidado de lo sucedido: '¿Cuándo habrá sucedido esto?; ¡cualquiera lo recuerda!'" (loc. cit.) ¡Qué oportuno, cualquiera lo recuerda! Los treinta números publicados en dos años y medio corresponden, según hemos visto en la misma fuente, a seis ciudades. De modo que a cada ciudad corresponde, por término medio, ¡un número de periódico cada medio año! E incluso si nuestro ligero publicista triplica en su hipótesis el rendimiento del trabajo local (cosa que sería indudablemente inexacta con relación a una ciudad media, porque dentro del marco de los métodos primitivos de trabajo es imposible aumentar considerablemente el rendimiento), no saldríamos, sin embargo, a más de un número cada dos meses, es decir, una situación que en nada se parece a "recoger las noticias en caliente". Pero bastaría con que se unieran diez organizaciones locales y asignaran a sus delegados funciones activas con el fin de confeccionar un periódico común, para que entonces pudieran "recogerse" por toda Rusia no pequeñeces, sino desmanes efectivamente notables y típicos, y esto cada dos semanas. Nadie que sepa en qué situacion se en cuentran nuestras organizaciones dudará de esto. Y, en cuanto a lo de sorprender al enemigo en flagrante delito, si se toma esto en serio y no como una bonita frase, un periódico ilegal no puede, en general, ni pensar en ello: esto sólo es accesible a una hoja volante clandestina, porque el plazo máximo para sorprender así al enemigo no pasa, en la mayoría de los casos, de uno o dos días (tomad, por ejemplo, el caso de una huelga breve ordinaria, de un choque en una fábrica o de una manifestación, etc.).
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"El obrero no sólo vive en la fábrica, sino también en la ciudad", continúa nuestro autor, pasando de lo particular a lo general con una consecuencia tan rigurosa que honraría al mismo Boris Krichevski. Y señala los problemas de las dumas urbanas, de los hospitales urbanos, de las escuelas urbanas, exigiendo que el periódico obrero no pase en silencio los asuntos municipales en general. La exigencia es de por sí magnífica, pero ilustra con particular evidencia el vacuo carácter abstracto a que, con demasiada frecuencia, se limitan las disquisiciones sobre los periódicos locales. En primer lugar, si en "todo centro obrero algo considerable" se publicaran en efecto periódicos con una sección municipal tan detallada como quiere Svoboda, la cosa degeneraría, inevitablemente, dadas nuestras condiciones rusas, en verdadera cicatería, conduciría a debilitar la conciencia de la importancia de un empuje revolucionario general a toda Rusia dirigido contra la autocracia zarista y reforzaría los brotes, muy vivos, y más bien ocultos o reprimidos que arrancados de raíz, de una tendencia que ya ha adquirido fama por la célebre frase sobre los revolucionarios que hablan demasiado del parlamento que no existe y muy poco de las dumas urbanas existentes. Y hemos dicho "inevitablemente", subrayando así que no es esto, sino lo contrario, lo que Svoboda quiere Pero no basta con las buenas intenciones. Para que la labor de esclarecimiento de los asuntos urbanos quede organizada con la orientación debida respecto a todo nuestro trabajo, hace falta, para empezar, que esa orientación esté totalmente elaborada, firmemente marcada, y no sólo por razonamientos, sino por una enormidad de ejemplos, para que adquiera ya la solidez de la tradición. Esto es lo que estamos muy lejos de tener, y lo que hace falta precisamente para empezar,
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antes de que se pueda pensar en una abundante prensa local y hablar de ella.
   
En segundo lugar, para escribir con verdadero acierto, de un modo interesante, sobre asuntos municipales, hay que conocerlos bien, y no sólo a través de los libros. Pero en toda Rusia no hay casi en absoluto socialdemócratas que posean este conocimiento. Para escribir en un periódico (y no en folletos populares) sobre asuntos municipales o de Estado, hay que disponer de materiales frescos, variados, recogidos y elaborados por una persona entendida. Y para recoger y elaborar tales materiales, no basta la "democracia primitiva" de un círculo primitivo, en el que todos hacen de todo y se divierten jugando al referéndum. Para eso, hace falta un Estado Mayor de especialistas escritores, de especialistas corresponsales, un ejército de "reporters" socialdemócratas, que establezcan relaciones en todas partes, que sepan penetrar en todos los "secretos de Estado" (con los que tanto presume el funcionario ruso y sobre los que tan fácilmente se va de la lengua), meterse por entre todos los "bastidores"; un ejército de hombres obligados, "por su cargo", a ser omnipresentes y omnisapientes. Y nosotros, Partido de lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en marcha un tal ejército de hombres omnisapientes, ¡pero eso está por hacer todavía! Ahora bien, nosotros no sólo no hemos dado aún, en la inmensa mayoría de las localidades, ni un paso en esta dirección, sino que a menudo ni siquiera existe la conciencia de la necesidad de hacerlo. Buscad en nuestra prensa socialdemócrata artículos vivos e interesantes, crónicas y denuncias sobre nuestros asuntos y asuntillos diplomáticos, militares, eclesiásticos, municipales,
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financíeros, etc., etc.: encontraréis muy poco o casí nada [*]. ¡Por eso es por lo que "me pongo siempre terriblemente furioso, cuando viene alguien y me dice una serie de cosas bellas y magníficas" sobre la necesidad de periódicos "en todo centro obrero algo considerable", que denuncien las arbitrariedades tanto en las fábricas, como en la administración municipal y en el Estado!
   
El predominio de la prensa local sobre la central es señal de penuria o de lujo. De penuria, cuando el movimiento no ha formado todavía fuerzas para un trabajo en gran escala, cuando vegeta aún dentro de los métodos primitivos y casi se ahoga "en las pequeñeces de la vida fabril". De lujo, cuando el movimiento ha dominado ya plenamente la tarea de las denuncias en todos los sentidos y de la agitación en todos los sentidos, de modo que, además del órgano central, se hacen necesarios numerosos órganos locales. Decida cada uno por sí mismo qué es lo que prueba el predominio actual de períódicos locales entre nosotros Yo, por mi parte, me limitaré a formular de una manera precisa mi conclusión, para no dar lugar a confusiones. Hasta ahora, la mayoría de nuestras organizaciones locales piensan casi exclusiva-
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mente en órganos locales y trabajan de un modo activo casi exclusivamente para ellos. Esto no es normal. Tiene que suceder al contrario: la mayoría de las organizaciones locales deben pensar, sobre todo, en un órgano destinado a toda Rusia y trabajar principalmente para él. Mientras no ocurra así, no podremos publicar ni un solo periódico que sea cuando menos capaz de proporcionar efectivamente al movimiento una agitación en todos los sentidos en la prensa. Y cuando esto sea así, se establecerán por sí mismas las relaciones normales entre el órgano central indispensable y los indispensables órganos locales.
   
A primera vista, puede parecer que es inaplicable al terreno de la lucha específicamente económica la conclusión de que se precisa desplazar el centro de gravedad del trabajo local al trabajo destinado a toda Rusia: el enemigo directo de los obreros está representado en este caso por patronos aislados, o grupos de patronos, no ligados entre sí por una organización que, aunque lejanamente, recuerda una organización puramente militar, rigurosamente centralista, que hasta en los más mínimos detalles dirige una voluntad única, como es la organización del gobierno ruso, nuestro enemigo directo en la lucha política.
   
Pero no es así. La lucha económica -- lo hemos dicho ya muchas veces -- es una lucha profesional, y por ello exige que los obreros se unan por oficios, y no sólo por el lugar de trabajo. Y esta unión profesional se hace tanto más imperiosamente necesaria, cuanto con mayor rapidez avanza la unión de nuestros patronos en toda clase de sociedades y sindicatos. Nuestra dispersión y nuestros métodos primitivos de trabajo obstaculizan directamente esta unión, que
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exige para toda Rusia una organización única de revolucionarios, capaz de encargarse de la dirección de sindicatos obreros extensivos a todo el país. Ya hemos hablado anteriormente del tipo de organización que sería de desear a este objeto, y ahora añadiremos sólo unas palabras en relación con el problema de nuestra prensa.
   
No creo que nadie dude de que todo periódico socialdemócrata deba tener una sección dedicada a la lucha sindical (económica). Pero el crecimiento del movimiento sindical nos obliga a pensar también en una prensa sindical. Creemos, sin embargo, que todavía no se puede ni hablar en Rusia, salvo raras excepciones, de periódicos sindicales: son un lujo y nosotros carecemos muchas veces del pan de cada día. Lo adecuado a las condiciones del trabajo clandestino y la forma ya ahora imprescindible de prensa sindical tendrían que ser entre nosotros los folletos sindicales. En ellos deberían recogerse y agruparse sistemáticamente materiales legales * e ilegales sobre la cuestión de las condiciones de trabajo en cada oficio, sobre las diferencias que en este
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sentido existen entre los diversos puntos de Rusia, sobre las principales reivindicaciones de los obreros de una profesión determinada, sobre las deficiencias de la legislación que a ella se refiere, sobre los casos salientes de la lucha económica de los obreros de este gremio, sobre los gérmenes, la situación actual y las necesidades de su organización sindical, etc. Estos folletos, en primer lugar, librarían a nuestra prensa socialdemócrata de una inmensa cantidad de detalles sindicales que sólo interesan especialmente a los obreros de un oficio determinado. En segundo lugar, fijarían los resultados de nuestra experiencia en la lucha profesional, conservarían los materiales recogidos, que ahora se pierden literalmente en la inmensa cantidad de hojas y de crónicas sueltas, y sintetizarían estos materiales. En tercer lugar, podrían servir de especie de guía para los agitadores, porque las condiciones de trabajo varían con relativa lentitud, las reivindicaciones fundamentales de los obreros de un oficio determinado son extraordinariamente estables (comparad las reivindicaciones de los tejedores de la región de Moscú, en 1885, y de la región de Petersburgo en 1896), y un resumen de estas reivindicaciones y necesidades podría servir duran-
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te años enteros de manual excelente para la agitación económica en localidades atrasadas o entre capas atrasadas de obreros; ejemplos de huelgas que hayan tenido éxito en una región, datos sobre un nivel de vida más elevado, sobre mejores condiciones de trabajo en una localidad, incitarían también a los obreros de otras localidades a nuevas y nuevas luchas. En cuarto lugar, tomando la iniciativa de sintetizar la lucha sindical y afirmando de este modo los vínculos del movimiento sindical ruso con el socialismo, la socialdemocracia se preocuparía al mismo tiempo de que nuestro trabajo tradeunionista ocupara un lugar, ni demasiado reducido ni demasiado grande, en el conjunto de nuestro trabajo socialdemócrata. A una organización local, si está apartada de las organizaciones de otras ciudades, le es muy difícil, a veces casi imposible, mantener en este sentido una proporción justa (y el ejemplo de Rabóchaia Misl demuestra a qué punto de monstruosa exageración del tradeunionismo puede llegarse en tal caso). Pero una organización de revolucionarios destinada a toda Rusia, que sustente de manera firme el punto de vista del marxismo, que dirija toda la lucha política y disponga de un Estado Mayor de agitadores profesionales, nunca tropezará con dificultades para determinar acertadamente esa proporción.
   
"El error más grande de Iskra en este sentido -- escribe B. Krichevski (R. D., núm. 10, pág. 30), imputándonos la tendencia de "convertir la teoría en doctrina muerta, ais-
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lándola de la práctica" -- es 'su plan' de organización de un partido común" (es decir, el artículo "¿Por dónde empezar?"[*]). Y Martínov le hace coro, declarando que "la tendencia de Iskra de aminorar la importancia de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris, en comparación con la propaganda de ideas brillantes y acabadas. . . , ha sido coronada por el plan de organización del Partido, plan que se nos ofrece en el núm. 4, en el artículo '¿Por dónde empezar?'" (Loc. cit., pág. 61). Finalmente, hace poco, se ha sumado al número de los indignados contra este "plan" (las comillas deben expresar la ironía con que lo acoge) L. Nadiezhdin, que en su folleto En vísperas de la revolución, que acabamos de recibir (edición del "grupo revolucionario-socialista" Svoboda, que ya conocemos), declara que "al hablar ahora de una organización cuyos hilos arranquen de un periódico destinado a toda Rusia es concebir ideas y trabajos de gabinete" (pág. 126), dar pruebas de "literaturismo", etc.
   
No puede sorprendernos que nuestro terrorista coincida con los defensores de la "marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris", ya hemos visto las raíces de esta afinidad en los capítulos sobre la política y sobre la organización. Pero debemos observar en el acto que L. Nadiezhdin, y sólo él, ha tratado honradamente de penetrar en el curso del pensamiento del artículo que le ha disgustado; ha tratado de darle una respuesta a fondo, mientras que Rab. Dielo ha tratado tan sólo de embrollar la cuestión, amontonando indignas salidas demagógicas. Y, por desagradable que sea, es necesario perder tiempo para limpiar ante todo los establos de Augias.
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Vamos a formar un ramillete de expresiones y exclamaciones con que se arroja sobre nosotros Rabócheie Dielo. "No es un periódico el que puede crear la organización del Partido, sino todo lo contrario" . . . "Un periódico que se encuentre por encima del Partido fuera de su control, y que no dependa de él por tener su propia red de agentes" . . . "¿Por obra de qué milagro ha olvidado Iskra las organizaciones socialdemócratas, ya existentes de hecho, del Partido a que ella misma pertenece?" . . . "Personas poseedoras de principios firmes y del plan correspondiente, son también los reguladores supremos de la lucha real del Partido, al que dictan la ejecución de su plan" . . . "El plan relega a nuestras organizaciones, reales y vitales, al reino de las sombras y quiere dar vida a una fantástica red de agentes" . . . "Si el plan de Iskra fuese llevado a la práctica, borraría completamente las huellas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia que se viene formando en nuestro país" . . . "Un órgano de propaganda se sustrae al control y se convierte en legislador absoluto de toda la lucha revolucionaria práctica" . . . "¿Qué actitud debe asumir nuestro Partido al verse totalmente sometido a una redacción autónoma?"; etc., etc.
   
Como ve el lector por el contenido y el tono de estas citas, Rabócheie Dielo se siente ofendido. Pero se siente ofendido no por sí mismo, sino por las organizaciones y los comités de nuestro Partido, a los que Iskra quiere relegar, según pretende dicho órgano, al reino de las sombras y hasta borrar sus huellas. ¡Qué horror, figúrense ustedes! Pero hay una cosa extraña. El artículo "¿Por dónde empezar?" apareció
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en mayo de 1901, y los artículos de Rabócheie Dielo, en sep tiembre de 1901; ahora estamos ya a mediados de enero de 1902. ¡Durante estos cinco meses (tanto antes como después de septiembre), ni un solo comité, ni una sola organización del Partido ha protestado formalmente contra ese monstruo, que quiere desterrar a los comités y organizaciones al reino de las sombras! Y hay que hacer constar que, durante este período, han aparecido, tanto en Iskra como en numerosas otras publicaciones, locales y no locales, decenas y centenares de comunicaciones de todos los confines de Rusia. ¿Cómo ha podido suceder que las gentes a las que se quiere desterrar al reino de las sombras no se hayan apercibido de ello ni se hayan sentido ofendidas, y que, en cambio, se haya ofendido una tercera persona?
   
Ha sucedido esto porque los comités y las demás organizaciones están ocupados en un trabajo auténtico, y no en jugar al "democratismo". Los comités han leído el artículo "¿Por dónde empezar?", han visto en él una tentativa "de elaborar cierto plan de la organización, para que pueda iniciarse su estructuración por todas partes ", y, habiéndose percatado perfectamente de que ni una sola de "todas esas partes" pensará en "iniciar la estructuración" antes de estar convencida de su necesidad y de la justeza del plan arquitectónico, no han pensado, naturalmente, en "ofenderse" por la terrible osadía de los que han dicho en Iskra : "Dada la urgencia de la cuestión, nos decidimos por nuestra parte a proponer a la atención de los camaradas el bosquejo de un plan que desarrollaremos más detalladamente en un folleto cuya impresión está preparándose". Parece imposible que no se comprenda, si es que se adopta una actitud honrada respecto a este problema, que, si los camaradas aceptan el plan propuesto a su atención, no lo ejecutarán por
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"subordinación", sino por el convencimiento de que es necesario para nuestra obra común, y que, en el caso de no aceptarlo, el "bosquejo" (¡qué palabra más pretenciosa! ¿no es verdad?) quedará como tal bosquejo. ¿¿No es demagogia arremeter contra el bosquejo de un plan, no sólo "denigrándolo" y aconsejando a los camaradas que lo rechacen, sino incitando a gentes poco expertas en la labor revolucionaria en contra de los autores del bosquejo por el mero hecho de que éstos se atreven a "legislar", a actuar de "reguladores supremos", es decir, que se atreven a proponer un bosquejo de plan?? ¿Puede nuestro Partido desarrollarse y marchar adelante, si la tentativa de elevar a los militantes locales para que tengan ideas, tareas, planes, etc. más amplios tropieza no sólo con la objeción respecto a la inexactitud de estas ideas, sino con un sentimiento de "agravio" por el hecho de que se les "quiera" "elevar "? Porque también L. Nadiezhdin ha "denigrado" nuestro plan, pero no se ha rebajado a semejante demagogia, que ya no puede explicarse simplemente por candor o carácter primitivo de ideas políticas: ha rechazado resueltamente y desde el primer momento la acusación de "fiscalizar al Partido" Por esta razón, podemos y debemos contestar a fondo a la crítica que Nadiezhdin hace del plan, mientras que a Rabócheie Dielo sólo cabe contestar con el desprecio.
   
Pero el despreciar a un escritor que se rebaja hasta el punto de gritar sobre "absolutismo" y "subordinación" no nos exime del deber de desembrollar la confusión ante la que estas gentes colocan al lector. Y aquí podemos demostrar palmariamente a todo el mundo qué valor tienen las habituales frases sobre un "amplio democratismo". Se nos acusa de haber olvidado los comités, de querer o de intentar desterrarlos al reino de las sombras, etc. ¿Cómo
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contestar a estas acusaciones, cuando por razones de discreción conspirativa no podemos exponer al lector casi ningún hecho real de nuestras relaciones efectivas con los comités? Las gentes que lanzan una acusación tan osada, capaz de irritar a la multitud, nos llevan ventaja por su desfachatez, por su desdén de los deberes del revolucionario, que oculta cuidadosamente a los ojos del mundo las relaciones y los vínculos que tiene, establece o trata de establecer. Desde luego, nos negamos de una vez para siempre a hacer competencia a gentes de esta calaña en el terreno del "democratismo". En cuanto al lector no iniciado en todos los asuntos del Partido, el único medio de cumplir nuestro deber para con él consiste en exponerle no lo que existe y lo que se encuentra im Werden [*], sino una pequeña parte de lo que ha sido, ya que se puede hablar de ello porque pertenece al pasado.
   
El Bund nos acusa indirectamente de "impostura"**; la "Unión" en el extranjero nos acusa de que tratamos de borrar las huellas del Partido. ¡Un momento, señores! Quedarán ustedes plenamente satisfechos en cuanto expongamos al público cuatro hechos del pasado.
   
Primer*** hecho. Los miembros de una de las "Uniones de Lucha", que tuvieron una participación directa en la formación de nuestro Partido y en el envío de un delegado al Congreso en que se fundó, se ponen de acuerdo con uno de los miembros del grupo de Iskra para fundar una editorial
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obrera especial, con objeto de atender a las necesidades de todo el movimiento. No se consigue fundar la editorial obrera, y los folletos Las tareas de los socialdemócratas rusos y La nueva ley de fábricas [*], escritos para ella, por caminos de rodeo y a través de terceras personas van a parar al extranjero, donde son publicados[41].
   
Segundo hecho. Los miembros del Comité Central del Bund se dirigen a uno de los miembros del grupo de Iskra con la propuesta de organizar conjuntamente lo que entonces llamaba el Bund "un laboratorio de literatura", indicando que, si no se lograba llevar a la práctica el proyecto, nuestro movimiento podía sufrir un serio retroceso. Resultado de aquellas negociaciones fue el folleto La causa obrera en Rusia **.
   
Tercer hecho. El Comité Central del Bund, por intermedio de una pequeña ciudad de provincia, se dirige a uno de los miembros del grupo de Iskra proponiéndole que se encargue de la redacción de Rabóchaia Gasieta, que planeaba reanudar su publicación, y obtiene, desde luego, su conformidad. Más tarde, cambia la proposición: se trata solamente de colaborar, debido a una nueva combinación de la redacción. Claro que también a esto se asiente[42]. Se envían los artículos (que se ha logrado conservar): "Nuestro programa", protestando enérgicamente contra la bernsteiniada, contra el viraje de la literatura legal y de Rabóchaia Misl ;
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"Nuestras tareas más urgentes" ("la organización de un órgano del Partido que aparezca regularmente y esté estrechamente vinculado a todos los grupos locales"; los defectos de los "métodos primitivos de trabajo" imperantes); "Un problema vital" (analizando la objeción de que primeramente habría que desarrollar la actividad de los grupos locales y luego emprender la organización de un órgano común; insistiendo en la importancia primordial de "la organización revolucionaria", en la necesidad de "elevar la organización, la disciplina y la técnica de la conspiración al más alto grado de perfección")[*]. La proposición de reanudar la publicación de Rabóchaia Gasieta no llega a realizarse, y los artículos quedan sin publicar.
   
Cuarto hecho. Un miembro del Comité, organizador del segundo Congreso ordinario de nuestro Partido, comunica a un miembro del grupo de Iskra el programa del Congreso y presenta la candidatura de este grupo para la redacción de Rabóchaia Gasieta, que planeaba reanudar su publicación. Esta gestión, por decirlo así, preliminar, es sancionada luego por el Comité al que pertenecía dicha persona, así como por el Comité Central del Bund[43]; al grupo de Iskra, se le indica el lugar y la fecha del Congreso, pero el grupo (no teniendo, por determinados motivos, la seguridad de poder enviar un delegado a este Congreso) redacta también un informe escrito para el mismo. En dicho informe se sostiene la idea de que, con sólo elegir un Comité Central, lejos de resolver el problema de la unificación en un momento de completa dispersión como el actual, por el contrario, corremos, además, el riesgo de comprometer la gran idea de la creación del Partido, caso de producirse nuevamente
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una completa redada, cosa más que probable cuando impera la falta de discreción conspirativa; que, por ello, debía empezarse por invitar a todos los comités y a todas las demás organizaciones a sostener el órgano común cuando reanudara su aparición, órgano que realmente vincularía a todos los comites con un lazo efectivo y prepararía realmente un grupo de dirigentes de todo el movimiento; que, luego, los comités y el Partido podrían ya fácilmente transformar este grupo creado por los comités en un Comité Central, cuando dicho grupo se hubiera desarrollado y fortalecido. Pero el Congreso no pudo celebrarse, debido a una serie de batidas y detenciones, y por motivos de conspiración se destruyó el informe que sólo algunos camaradas, entre ellos los delegados de un comité, habían podido leer.
   
Juzgue ahora el lector por sí mismo del carácter de pro cedimientos como la alusión del Bund a una impostura o como el argumento de Rabócheie Dielo, que pretende que queremos desterrar a los comités al reino de las sombras, "sustituir" la organización del Partido por una organización que difunda las ideas de un solo periódico. Pues precisamente ante los comités, por reiteradas invitaciones de su parte, informamos sobre la necesidad de adoptar un determinado plan de trabajo común. Y precisamente para la organización del Partido elaboramos este plan en nuestros artículos enviados a Rabóchaia Gasieta y en el informe para el Congreso del Partido, y repetimos que lo hicimos por invitación de personas que ocupaban en el Partido una posición tan influyente, que tomaban la iniciativa de reconstruirlo (de hecho). Y sólo cuando hubieron fracasado las dos tentativas que la organización del Partido, juntamente con nosotros, hizo para renovar oficialmente el órgano central del Partido, creímos que era nuestro deber ineludible pre-
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sentar un organo no oficial, para que, en la tercera tentativa, los camaradas vieran ya ciertos resultados de la experiencia y no meras conjeturas. Ahora, todo el mundo puede apreciarya ciertos resultados de esa experiencia, y todos los camaradas pueden juzgar si hemos comprendido acertadamente nuestros deberes y la opinión que merecen las personas que, molestas por el hecho de que demostremos a unas su falta de consecuencia en la cuestión "nacional", y a otras lo imperdonable de sus vacilaciones sin principios, tratan de inducir a error a quienes desconocen el pasado más reciente.
   
La clave del artículo "¿Por dónde empezar?" está en que plantea precisamente esta cuestión y en que la resuelve afirmativamente. L. Nadiezhdin es, que sepamos, la única persona que intenta analizar esta cuestión a fondo y demostrar la necesidad de resolverla de un modo negativo. A continuación reproducimos íntegramente sus argumentos:
   
". . . Mucho nos place que plantee Iskra (núm. 4) la cuestión de la necesidad de un periódico destinado a toda Rusia, pero en modo alguno podemos estar de acuerdo en que este planteamiento corresponda al título del artículo '¿Por dónde empezar?'. Es, sin duda, uno de los asuntos de extrema importancia, pero no se pueden echar los cimientos de una organización combativa para un momento revolucionario con esa labor, ni con toda una serie de hojas populares, ni con una montaña de proclamas. Es indispensable empezar a formar fuertes organizaciones políticas locales. Nosotros carecemos de ellas, nuestra labor se ha desarrollado principalmente entre los obreros cultos, mientras que las masas sostenían de modo casi exclusivo la lucha económica. Si no se educan fuertes organizaciones políticas locales, ¿qué valor podrá tener un periódico destinado a toda Rusia, aunque esté excelentemente organizado? ¡Un arbusto en llamas, que arde sin consumirse, pero que a nadie transmite su fuego! Iskra cree que cn torno a ese periódico, en el trabajo para él, se concentrará el pueblo, se organizará. Pero ¡si le es mucho más fácil concentrarse y
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organizarse en torno a una labor más concreta! Esta labor puede y debe consistir en organizar periódicos locales en vasta escala, en preparar inmediatamente las fuerzas obreras para manifestaciones, en que las organizaciones locales trabajen constantemente entre los parados (difundiendo de un modo persistente entre ellos hojas volantes y octavillas, convocándolos a reuniones, llamándolos a oponer resistencia al gobierno, etc.). ¡Hay que ifficiar una labor política activa en el plano local, y cuando surja la necesidad de unificarse sobre esta base real, la unión no será algo artificial, no quedará sobre el papel, porque no es por medio de periódicos como se conseguirá esta unificación del trabajo local en una obra común a toda Rusia!" (En visperas de la revolución, pág. 54).
   
Hemos subrayado en este elocuente trozo los pasajes que permiten apreciar con mayor relieve tanto el juicio erróneo del autor sobre nuestro plan, como, en general, su punto de vista falso que opone a Iskra. Si no se educan fuertes organizaciones políticas locales no tendrá valor el mejor periódico destinado a toda Rusia. Completamente justo. Pero se trata precisamente de que no existe otro medio de e d u c a r fuertes organizaciones políticas que un periódico para toda Rusia. Al autor se le ha escapado la declaración más importante de Iskra hecha antes de pasar a exponer su "plan": la declaración de que era necesario "exhortar a formar una organización revolucionaria capaz de unir todas las fuerzas y dirigir el movimiento no sólo nominalmente, sino en la realidad, es decir, capaz de estar siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y robustecer las fuerzas militares aptas para el combate decisivo". Pero, en principio, todo el mundo estará ahora, después de febrero y marzo, de acuerdo -- continúa Iskra --, y lo que nosotros necesitamos no es resolver el problema en principio, sino en la práctica ; es necesario establecer inmediatamente un plan determinado de la estructura para que todo el mundo pueda ahora mismo y en todas partes iniciar la construcción. ¡Y he aquí que,
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de la solución práctica del problema, nos arrastran una vez más hacia atrás, hacia una verdad justa en principio, incontestable, grande, pero completamente insuficiente, completamente incomprensible para las grandes masas trabajadoras: hacia la "educación de fuertes organizaciones políticas"! Pero ¡si no se trata ya de eso, respetable autor, sino de cómo, precisamente, hay que educar, y educar con éxito!
   
No es verdad que "nuestra labor se ha desarrollado principalmente entre los obreros cultos, mientras que las masas sostenían de modo casi exclusivo la lucha económica". Bajo esta forma, la tesis se desvía hacia la tendencia habitual en Svoboda, y radicalmente errónea, de oponer los obreros cultos a la "masa". Pues también los obreros cultos han sostenido en estos últimos años "casi exclusivamente la lucha económica". Esto, por una parte. Por otra, tampoco las masas aprenderán jamás a sostener la lucha política, mientras no ayudemos a formarse a los dirigentes de esta lucha, procedentes tanto de entre los obreros cultos, como de entre los intelectuales; y estos dirigentes pueden formarse exclusivamente, enjuiciando de modo sistemático y cotidiano todos los aspectos de nuestra vida política, todas las tentativas de protesta y de lucha de las distintas clases y por diversos motivos. ¡Por eso, es simplemente ridículo hablar de "educar organizaciones políticas" y, al mismo tiempo, oponer la "labor sobre el papel" de un periódico político a la "labor política real en la base"! ¡Pero si Iskra adapta precisamente su "plan" de un periódico al "plan" de crear una "disposición combativa" que pueda apoyar tanto un movimiento de obreros parados, un alzamiento campesino, como el descontento de los zemtsi, "la indignación de la población contra los ensoberbecidos bachibozucos zaristas", etc.! Por lo demás,
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toda persona familiarizada con el movimiento sabe perfectamente que la inmensa mayoria de las organizaciones locales ni siquiera piensa en ello; que muchas de las perspectivas aquí esbozadas de "una labor política activa" no han sido aplicadas en la práctica ni una sola vez por ninguna organización; que, por ejemplo, la tentativa de llamar la atención sobre el recrudecimiento del descontento y de las protestas entre los intelectuales de los zemstvos origina un sentimiento de desconcierto y perplejidad tanto en Nadiezhdin ("¡Dios mío!, ¿pero será ese órgano para los 'zemtsi'?", En vísperas, pág. 129), como en los econo mistas (véase la carta en el núm. 12 de Iskra ), como entre muchos militantes dedicados al trabajo práctico. En estas condiciones se puede "empezar" únicamente por incitar a la gente a pensar en todo esto, a resumir y sintetizar todos y cada uno de los indicios de efervescencia y de lucha activa. En los momentos actuales, en que se rebaja la importancia de las tareas socialdemócratas, "la labor política activa" puede iniciarse exclusivamente por una agitación política viva, cosa imposible sin un periódico destinado a toda Rusia que aparezca con frecuencia y que se difunda con regularidad.
   
Los que consideran el "plan" de Iskra como una mani festación de "literaturismo" no han comprendido en absoluto el fondo del plan, tomando como fin lo que se propone como medio más adecuado para el momento presente. Esta gente no se ha tomado la molestia de meditar sobre dos com paraciones que ilustran palmariamente el plan propuesto. La organización de un periódico político para toda Rusia -- se decía en Iskra -- debe ser el hilo fundamental, asiéndonos al cual podamos invariablemente desarrollar, profundizar y extender esta organización (es decir, la organización revolucionaria, siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda
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explosión). Hagan ustedes el favor de decirnos: cuando unos albañiles colocan en diferentes lugares las piedras de una obra grandiosa y sin precedentes, ¿es una labor "de papel" tender la plomada que les ayuda a encontrar el lugar justo para las piedras, que les indica la finalidad de la obra común, que les permite colocar no sólo cada piedra, sino cada trozo de piedra, el cual, al sumarse a los precedentes y a los que sigan, formará la línea acabada y total? ¿No vivimos acaso en un momento de esta índole en nuestra vida de Partido, cuando tenemos piedras y albañiles, pero falta precisamente la plomada, visible para todos y a la cual todos pudieran atenerse? No importa que griten que, al tender el hilo, lo que pretendemos es mandar: si fuera así, señores, pondríamos Rabóchaia Gasieta, núm. 3, en lugar de Iskra, núm. 1, como nos lo habían propuesto algunos camaradas y como tendríamos pleno derecho a hacer después de los acontecimientos que hemos expuesto más arriba. Pero no lo hemos hecho: queríamos tener las manos libres para desarrollar una lucha intransigente contra toda clase de seudo-socialdemócratas; queríamos que nuestro hilo, si está justamente tendido, sea respetado por su justeza y no por haber sido tendido por un órgano oficial.
   
"La cuestión de unificar las actividades locales en órganos centrales se mueve en un círculo vicioso -- nos dice sentenciosamente L. Nadiezhdin --. La unificación requiere homogeneidad de elementos, y esta homogeneidad no puede ser creada más que por un aglutinador, pero este aglutinador sólo puede aparecer como producto de fuertes organizaciones locales, que, en el momento presente, no se distinguen en modo alguno por su homogeneidad". Verdad tan respetable y tan incontestable como la de que es necesario educar fuer-
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tes organizaciones políticas. Y no menos estéril que ésta. Toda cuestión "se mueve en un círculo vicioso", pues toda la vida política es una cadena sin fin compuesta de una infinita serie de eslabones Todo el arte de un político consiste precisamente en encontrar y asirse con fuerza, precisamente al eslaboncito que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determi nado, que garantice lo más posible a quien lo posea la posesión de toda la cadena[*]. Si tuviéramos un destacamento de albañiles expertos que trabajasen de un modo tan acorde que aun sin la plomada pudieran colocar las piedras precisamente donde hace falta (hablando en forma abstracta, esto no es imposible, ni mucho menos), entonces quizás podríamos asirnos también a otro eslabón. Pero la desgracia consiste justamente en que aún carecemos de albañiles expertos y que trabajen de un modo tan acorde, las piedras se colocan muy a menudo al azar, sin guiarse por la plomada común, en forma tan desordenada, que el enemigo las dispersa de un soplo como si fuesen granos de arena, y no piedras.
   
Otra comparación: "El periódico no es sólo un propagandista y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido, se le puede comparar con el andamio que se levanta alrededor de un edificio en construcción, que señala sus contornos, facilita las relaciones entre los distintos constructores, les ayuda a distribuir el trabajo y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo
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organizado"[*]. Esto hace pensar -- ¿no es verdad? -- en el literato, en el hombre de gabinete, exagerando la importancia te su papel. El andamio no es imprescindible para la vivienda misma: el andamio se hace de materiales de peor calidad, el andamio se levanta por un breve período, y luego, una vez terminado el edificio, aunque sólo sea en sus grandes líneas, se echa al fuego. En lo que se refiere a la construcción de organizaciones revolucionarias, la experiencia demuestra que a veces se pueden construir sin andamios (recordad la década del 70). Pero ahora no podemos ni imaginarnos la posibilidad de levantar sin un andamio el edificio que necesitamos.
   
Nadiezhdin no está de acuerdo con esto y dice: "Iskra piensa que, en torno a ese periódico, en el trabajo para él, se concentrará el pueblo, se organizará. ¡Pero si le es mucho más fácil concentrarse y organizarse en torno a una labor más concreta!" Así, así: "más fácil concentrarse y organizarse en torno a una labor más concreta " . . . Un proverbio ruso dice: "No escupas en el pozo, que de su agua tendrás que beber". Pero hay gentes que no sienten reparo en beber de un pozo en cuyas aguas ya se ha escupido. ¡Qué de infamias no han dicho nuestros excelentes "críticos" le gales "del marxismo" y los admiradores ilegales de Rabóchaia Misl en nombre de esta mayor concreción! ¡Hasta qué punto está comprimido todo nuestro movimiento por nuestra estrechez de miras, por nuestra falta de iniciativa y por nuestra timidez, que se justifican con los argumentos tradicionales de "¡Mucho más fácil . . . en torno a una labor más concreta!" ¡Y Nadiezhdin, que se considera
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dotado de un sentido especial de la "vida", que condena con singular severidad a los hombres de "gabinete", que imputa (con pretensiones de agudeza) a Iskra la debilidad de ver en todas partes economismo, que se imagina estar a cien codos por encima de esta división en ortodoxos y críticos, no nota que, con sus argumentos, favorece a la estrechez de miras que le indigna, que él bebe precisamente de un pozo lleno de escupitajos! Sí, no basta la indignación más sincera contra la estrechez de miras, el deseo más ardiente de elevar a las gentes que se prosternan ante ella, si el que se indigna corre sin velas y sin timón, y si tan "espontáneamente" como los revolucionarios de la década del 70 se aferra al "terror excitante", al "terror agrario", a la "campana a rebato", etc. Ved en qué consiste ese "algo más concreto" en torno al que -- piensa él -- será "mucho más fácil" concentrarse y organizarse: 1) periódicos locales; 2) preparación de manifestaciones; 3) trabajo entre los obreros parados. A la primera ojeada se ve que todas estas cosas han sido arrancadas por completo al azar, casualmente, por decir algo, porque desde cualquier punto de vista que las consideremos sería un perfecto desatino ver en ellas algo especialmente capaz de "concentrar y organizar". Y el mismo Nadiezhdin dice unas cuantas páginas más adelante: "Ya es tiempo de dejar claramente sentado un hecho: en la base se hace un trabajo extremadamente mezquino, los comités no hacen ni la décima parte de lo que podrían hacer. . . , los centros de unificación que tenemos ahora son una ficción, burocracia revolucionaria, el ascenso recíproco a general, y así seguirán las cosas mientras no se desarrollen fuertes organizaciones locales". No cabe duda que estas palabras, al mismo tiempo que exageraciones, encierran grandes y amargas verdades. ¿Es que Nadiezhdin no ve el nexo que existe entre el trabajo mez-
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quino en la base y el estrecho horizonte de los militantes, el reducido alcance de sus actividades, cosas inevitables, dada la poca preparación de los militantes que se encierran en los marcos de las organizaciones locales? ¿Es que Nadiezhdin, lo mismo que el autor del artículo sobre organización publicado en Svoboda, ha olvidado que el paso a una amplia prensa local (desde 1898) ha ido acompañado de una intensificación especial del economismo y de los "métodos primitivos de trabajo"? Además, aunque fuese posible una organización más o menos satisfactoria de "una abundante prensa local" (ya hemos demostrado más arriba que, salvo casos muy excepcionales, esto es imposible), aun en ese caso los órganos locales tampoco podrían "concentrar y organizar" todas las fuerzas de los revolucionarios para una ofensiva general contra la autocracia, para dirigir la lucha única. No olvidéis que aquí sólo se trata del alcance "concentrador", organizador, del periódico, y podríamos hacer a Nadiezhdin, defensor del fraccionamiento, la misma pregunta irónica que él hace: "¿Es que hemos heredado de alguna parte 200.000 organizadores revolucionarios?" Prosigamos. No se puede contraponer la "preparación de manifestaciones" al plan de Iskra, por la sencilla razón de que este plan dice justamente que las manifestaciones más extensas son uno de sus fines ; pero de lo que se trata es de elegir el medio práctico. Nadiezhdin se ha vuelto a enredar aquí, no viendo que sólo puede "preparar" manifestaciones (que hasta ahora han sido, en la inmensa mayoría de los casos, completamente espontáneas) un ejército ya "concentrado y organizado", y lo que nosotros precisamente no sabemos es concentrar y organizar. "Trabajo entre los obreros parados". Siempre la misma confusión, porque esto también representa una de las acciones militares de un ejército movilizado y no un plan para mo-
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vilizar dicho ejército. El caso siguiente demuestra hasta qué punto subestima Nadiezhdin, también en este sentido, el daño que produce nuestro fraccionamiento, la falta de los "200.000 organizadores". Muchos (y, entre ellos, Nadiezhdin) han reprochado a Iskra la parquedad de noticias sobre el paro forzoso, el carácter casual de las crónicas sobre los fenómenos más habituales de la vida rural. Es un reproche merecido, pero Iskra es culpada sin tener culpa alguna. Nosotros tratamos de "tender un hilo" también a través de la aldea, pero en el campo no hay casi albañiles y forzosamente hay que alentar a todo el que comunique aun el hecho más habitual, abrigando la esperanza de que esto multiplicará el número de colaboradores en este terreno y nos enseñará a todos a elegir, por fin, los hechos realmente sobresalientes Pero hay tan poco material de enseñanza, que si no lo sintetizamos en escala nacional, no hay absolutamente nada con que aprender No cabe duda que un hombre que tenga, aunque sea aproximadamente, las aptitudes de agitador y el conocimiento de la vida de los vagabundos, que observamos en Nadiezhdin, podría prestar servicios inapreciables al movimiento con la agitación entre los obreros parados; pero un hombre de esta índole enterraría su talento si no se preocupara de poner en conocimiento de todos los camaradas rusos cada paso de su actuación, para que sirva de enseñanza y de ejemplo a las personas que, en su inmensa mayoría, no saben aún emprender esta nueva labor.
   
Absolutamente todo el mundo habla ahora de la importancia de la unificación, de la necesidad de "concentrar y organizar", pero en la mayoría de los casos falta una noción exacta de por dónde empezar y de cómo llevar a cabo dicha unificación. Todos estarán de acuerdo, seguramente,
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én que, si "unificasemos", por ejemplo, los círculos aislados de barrio de una ciudad, harían falta para ello organismos comunes, es decir, no sólo la denominación común de "unión", sino un trabajo realmente común, intercambio de materiales, de experiencia, de fuerzas, distribución de funciones, no ya solamente por barrios, sino según las especialidades de todo el trabajo urbano. Todo el mundo estará de acuerdo en que un gran aparato conspirativo no cubrirá sus gastos (si es que puede emplearse una expresión comercial) con los "recursos" (se sobreentiende que tanto materiales como personales) de un barrio; que en este reducido campo de acción no puede desenvolverse el talento de un especialista. Pero lo mismo puede decirse de la unión de varias ciudades, porque incluso el campo de acción de una localidad aislada resulta, y ha resultado, como lo ha demostrado ya la historia de nuestro movimiento socialdemócrata, enormemente estrecho: lo hemos probado con todo detalle más arriba, con el ejemplo de la agitación política y de la labor de organización. Es necesario, es imprescindible extender antes que nada este campo de acción, crear un lazo de unión efectivo entre las ciudades, a base de un trabajo regular y común, porque el fraccionamiento deprime a la gente que "está en el hoyo" (expresión del autor de una carta dirigida a Iskra ) sin saber lo que pasa en el mundo, de quién tiene que aprender, cómo conseguir experiencia, de qué modo satisfacer su deseo de una actividad amplia. Y yo continúo insistiendo en que este lazo de unión efectivo sólo puede empezar a crearse sobre la base de un periódico común, que sea, para toda Rusia, la única empresa regular que haga el balance de toda la actividad en sus aspectos más variados, incitando con ello a la gente a seguir infatigablemente hacia adelante, por todos los numerosos caminos que llevan a la
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revolución, como todos los caminos llevan a Roma. Si deseamos la unificación no sólo de palabra, es necesario que cada círculo local consagre inmediatamente, supongamos, una cuarta parte de sus fuerzas a un trabajo activo para la obra común. Y el periódico le muestra en seguida[*] los con tornos generales, las proporciones y el carácter de la obra; le muestra qué lagunas son las que más se notan en toda la actividad general de Rusia, dónde no existe agitación, dónde son débiles los vínculos, qué ruedecitas del enorme mecanismo general podría un círculo determinado arreglar o sustituir por otras mejores. Un círculo que aún no haya trabajado y que sólo busque trabajo podría empezar ya, no como artesano en su pequeño taller aislado, que no conoce ni el desarrollo de la "industria" anterior a él ni el estado general de determinadas formas de producción industrial, sino como el colaborador de una vasta empresa, que refleje todo el empuje revolucionario general contra la autocracia. Y cuanto más perfecta sea la preparación de cada tornillo aislado, cuanto mayor cantidad de trabajadores aislados que participen en la obra común, tanto más densa se hará nuestra red y tanto menos confusión provocarán en las filas comunes los inevitables reveses.
   
El vínculo efectivo empezaría ya a crearse por la función de difusión del periódico (si es que éste merecía realmente el título de tal, es decir, si aparecía regularmente y no una
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vez cada mes, como las revistas voluminosas, sino unas cuatro veces). Actualmente, son muy raras las relaciones entre las ciudades en punto a asuntos revolucionarios, en todo caso son una excepción; entonces, estas relaciones se convertirían en regla, y, naturalmente, no sólo asegurarían la difusión del periódico, sino también (lo que reviste mayor importancia) el intercambio de experiencia, de materiales, de fuerzas y de recursos. Inmediatamente, adquiriría la labor de organización una envergadura mucho mayor, y el éxito de una localidad alentaría constantemente a seguir perfeccionándose, a aprovechar la experiencia ya adquirida por un camarada que actúa en otro extremo del país. El trabajo local sería más rico y variado que ahora; las denuncias políticas y económicas que se recogiesen por toda Rusia nutrirían intelectualmente a los obreros de todas las profesiones y de todos los grados de desarrollo, suministraría datos y motivos para charlas y lecturas sobre los problemas más variados, que suscitan, además, las alusiones de la prensa legal, las conversaciones en la sociedad y las "tímidas" comunicaciones del gobierno. Cada explosión, cada manifestación se enjuiciaría, se discutiría en todos sus aspectos, en todos los confines de Rusia, haciendo surgir el deseo de no quedar a la zaga, de hacer las cosas mejor que nadie (¡nosotros, los socialistas, no desechamos en absoluto toda emulación, toda "competencia" en generall), de preparar conscientemente lo que la primera vez se había hecho en cierta forma espontáneamente, de aprovechar las condiciones favorables de una localidad determinada o de un momento determinado para modificar el plan de ataque, etc. Al mismo tiempo, esta reanimación de la labor local no acarrearía la desesperada tensión "agónica" de todas las fuerzas, ni la movilización de todos los hombres, como sucede a me-
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nudo ahora, cuando hay que organizar una manifestación o publicar un número de un periódico local: por una parte, la policía tropezaría con dificultades mucho mayores para llegar hasta "la raíz", ya que no se sabría en qué localidad había que buscarla; por otra, una labor regular y común enseñaría a los hombres a concordar, en cada caso concreto, la fuerza de un ataque con el estado de fuerzas de este u otro destacamento del ejército común (ahora casi nadie piensa en ninguna parte en esta coordinación, pues los ataques se producen en forma espontánea en sus nueve décimas partes), y facilitaría el "transporte" no sólo de las publicaciones, sino también de las fuerzas revolucionarias.
   
Ahora, en la mayor parte de los casos, estas fuerzas se desangran en la estrecha labor local; entonces habría posibilidad y constantes ocasiones para trasladar a un agitador u organizador más o menos capaz de un extremo a otro del país. Comenzando por un pequeño viaje por asuntos del Partido y por cuenta del mismo, los militantes se acostumbrarían a vivir enteramente por cuenta del Partido, a hacerse revolucionarios profesionales, a formarse como verdaderos dirigentes políticos.
   
Y si realmente logramos que todos o una considerable mayoría de los comités, grupos y círculos locales emprendan activamente la labor común, en un futuro no lejano estaremos en condiciones de publicar un semanario que se difunda regularmente en decenas de millares de ejemplares por toda Rusia. Este periódico sería una partícula de un enorme fuelle de forja que atizase cada chispa de la lucha de clases y de la indignación del pueblo, convirtiéndola en un gran incendio. En torno a esta labor, de por sí muy anodina y muy pequeña aún, pero regular y común en el pleno sentido de la palabra, se concentrar.a sistemáticamente, y se instrui-
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ría, el ejército permanente de luchadores probados. Por los andamios de este edificio común de organización, pronto veríamos ascender y destacarse de entre nuestros revolucionarios a los Zheliábov socialdemócratas; de entre nuestros obreros, los Bebel rusos, que se pondrían a la cabeza del ejército movilizado y levantarían a todo el pueblo para acabar con la ignominia y la maldición de Rusia.
   
¡En esto es en lo que hay que soñar!
   
"¡Hay que soñar!" He escrito estas palabras y me he asustado. Me he imaginado sentado en el "Congreso de unificación", teniendo enfrente a los redactores y colaboradores de Rabócheie Dielo. Y he aquí que se levanta el camarada Martínov y se dirige a mí con tono amenazador: "Permita que le pregunte: ¿tiene aún la redacción autónoma derecho a soñar sin previo referéndum de los comités del Partido?" Tras él se levanta el camarada Krichevski y (profundizando filosóficamente al camarada Martínov, quien hace mucho tiempo había profundizado ya al camarada Plejánov), en tono aún más amenazador, continúa: "Yo voy más lejos, y pregunto si en general un marxista tiene derecho a soñar, si no olvida que, según Marx, la humanidad siempre se plantea tareas realizables, y que la táctica es un proceso de crecimiento de las tareas, que crecen con el Partido".
   
Sólo de pensar en estas preguntas amenazadoras, siento escalofríos y pienso dónde podría esconderme Intentaré esconderme tras Písarev.
   
"Hay diferentes clases de desacuerdos -- escribía Písarev a propósito del desacuerdo entre los sueños y la realidad --.
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Mis sueños pueden rebasar el curso natural de los acontecimientos o bien pueden desviarse a un lado, adonde el curso natural de los acontecimientos no puede llegar jamás. En el primer caso, los sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las energías del trabajador. . . En sueños de esta índole, no hay nada que deforme o paralice la fuerza de trabajo. Muy al contrario. Si el hombre estuviese completamente privado de la capacidad de soñar así, si no pudiese de vez en cuando adelantarse y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente acabado de la obra que sc bosqueja entre sus manos, no podría figurarme de ningún modo qué móviles obligan al hombre a emprender y llevar hasta su tc-rmino vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica. . . El desacuerdo entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que la persona que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje escrupulosamente en la realización de sus fantasías Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien".[44]
   
Pues bien, los sueños de esta naturaleza, por desgracia, son sobradamente raros en nuestro movimiento. Y la culpa la tienen, sobre todo, los representantes de la crítica legal y del "seguidismo" ilegal que presumen de su ponderación, de su "proximidad" a lo "concreto".
   
Por lo que precede, puede ver el lector que nuestra "táctica-plan" consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice "debidamente el asedio
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de la fortaleza enemiga", o dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular. Cuando pusimos en ridículo a Rabócheie Dielo por su salto del economismo a los gritos sobre la necesidad del asalto (gritos en que había prorrumpido en abril de 1901, en el núm. 6 del Listok R. Diela ), dicho órgano nos atacó, como es natural, acusándonos de "doctrinarismo", diciendo que no comprendemos el deber revolucionario, que exhortamos a la prudencia, etc. Desde luego, no nos ha extrañado en modo alguno esta acusación en boca de gentes que carecen de todo principio y que salen del paso con la filosófica "táctica-proceso"; como tampoco nos ha extrañado que esta acusación la haya repetido Nadiezhdin, que en general abriga el desprecio más altivo por la firmeza de los principios programáticos y tácticos.
   
Dicen que la historia no se repite. Pero Nadiezhdin se empeña con todas sus fuerzas en repetirla e imita concienzudamente a Tkachev, denigrando el "culturismo revolucionario", vociferando sobre "el repique de campanas del veche "*, pregonando un "punto de vista" especial de "vísperas de la revolución", etc. Por lo visto, olvida la conocida sentencia de que, si el original de un acontecimiento histórico es una tragedia, su copia no es más que una farsa[45]. La tentativa de adueñarse del Poder -- tentativa preparada por la prédica de Tkachev y realizada por el terror "intimidador" y que realmente intimidaba entonces -- era majestuosa, y, en cambio, el terror "excitante" del pequeño Tkachev es simplemente ridículo; sobre todo, es ridículo cuando se complementa con la idea de organizar a los obreros medios.
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"Si Iskra -- escribe Nadiezhdin -- saliese de su esfera de literaturismo, vería que esto [hechos como la carta de un obrero en el núm. 7 de Iskra, etc.] son síntomas que prueban que pronto, muy pronto, comenzará el 'asalto', y hablar ahora [¡sic!] de una organización, cuyos hilos arranquen de un periódico destinado a toda Rusia, es concebir ideas y trabajo de gabinete". Fijaos en esta confusión increíble: por una parte, terror excitante y "organización de los obreros medios", juntamente con la idea de que es "más fácil" concentrarse en torno a algo "más concreto", por ejemplo, alrededor de periódicos locales, y, por otra parte, hablar "ahora" de una organización para toda Rusia significa concebir ideas de gabinete, es decir (empleando un lenguaje más franco y sencillo), ¡"ahora" ya es tarde! Y para "la amplia organización de periódicos locales" ¿no es tarde, respetabilísimo L. Nadiezhdin? En cambio, compararemos con esto el punto de vista y la táctica de Iskra : el terror excitante es una tontería; hablar de organizar justamente a los obreros medios, de una amplia organización de periódicos locales, significa abrir de par en par las puertas al economismo. Es preciso hablar de una organización de revolucionarios única destinada a toda Rusia, y no será tarde hablar de ella hasta el momento en que empiece el verdadero asalto, y no un asalto sobre el papel.
   
"Sí -- continúa Nadiezhdin -- , en cuanto a la organización, nuestra situación está muy lejos de ser brillante: sí, Iskra tiene completa razón cuando dice que el grueso de nuestras fuerzas militares está constituido por voluntarios e insurrectos. . . Está bien que tengáis una noción sobria del estado de nuestras fuerzas, pero ¿por qué olvidáis que la multitud no es en absoluto nuestra y que, por eso, no nos preguntará cuándo hay que romper las hostilidades y se lanzará al "motin"?. . . Cuando la multitud empiece a actuar ella misma con su fuerza devastadora espontánea,
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puede arrollar y desalojar el "ejército regular", al que siempre se pensaba organizar en forma extraordinariamente sistemática, pero no hubo tiempo de hacerlo ". (Subrayado por mí.)
   
¡Extraña lógica! Precisamente porque "la multitud no es nuestra", es insensato e indecoroso dar gritos de "asalto" inmediato, ya que el asalto es un ataque de un ejército regular y no una explosión espontánea de la multitud. Precisamente porque la multitud puede arrollar y desalojar al ejército regular, necesitamos sin falta que toda nuestra labor de "organización rigurosamente sistemática" del ejército regular "marche a la par" con el auge espontáneo, porque cuanto más "consigamos" esta organización, tanto más probable es que el ejército regular no sea arrollado por la multitud, sino que se ponga delante de ella, a su cabeza. Nadiezhdin se confunde, porque se imagina que este ejército sistemáticamente organizado se ocupa de algo que lo aparta de la multitud, mientras que, en realidad, éste se ocupa exclusivamente de una agitación política múltiple y general, es decir, justamente de la labor que aproxima y funde en un todo la fuerza destructora espontánea de la multitud y la fuerza destructora consciente de la organización de revolucionarios. La verdad es que vosotros, señores, cargáis al prójimo las faltas propias, pues precisamente el grupo Svoboda, al introducir en el programa el terror, exhorta con ello a crear una organización de terroristas, y una organización así distraería realmente a nuestro ejército de su aproximación a la multitud, que, por desgracia, no es aún nuestra y, por desgracia, no nos pregunta, o casi no nos pregunta aún, cuándo y cómo hay que romper las hostilidades.
   
"Dejaremos pasar inadvertida la propia revolución -- continúa Nadiezhdin asustando a Iskra --, como nos ha
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ocurrido con los acontecimientos actuales, que han caído como un alud sobre nuestras cabezas". Esta frase, relacionada con las que hemos citado más arriba, nos demuestra palmariamente que es absurdo el "punto de vista" especial de "vísperas de la revolución" confeccionado por Svoboda *. Hablando sin ambages, el "punto de vista" especial se reduce a que "ahora" ya es tarde para deliberar y prepararse. Pero en este caso, ¡oh respetabilísimo enemigo del "literaturismo"!, ¿para qué escribir 132 páginas impresas "sobre cuestiones de teoría** y de táctica"? ¿No le parece que "al punto de vista de vísperas de la revolución" le cuadraría más bien la edición de 132.000 octavillas con un breve llamamiento: "¡A golpes con ellos!"?
   
Precisamente corre menor riesgo de dejar pasar inadvertida la revolución quien coloca en el ángulo principal de todo su programa, de toda su táctica, de toda su labor de organización, la agitación política entre todo el pueblo, como
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hace Iskra. Las personas que, en toda Rusia, están ocupadas en trenzar los hilos de la organización que arranquen de un periódico destinado a toda Rusia, lejos de dejar pasar inadvertidos los sucesos de la primavera, nos han dado, por el contrario, la posibilidad de pronosticarlos. Tampoco han dejado pasar inadvertidas las manifestaciones descritas en los números 13 y 14 de Iskra : por el contrario, han tomado parte en ellas, con viva conciencia de que su deber era acudir en ayuda del auge espontáneo de la multitud, contribuyendo al mismo tiempo, por medio de su periódico, a que todos los camaradas rusos conozcan estas manifestaciones y utilicen su experiencia. ¡Y, si están vivos, no dejarán pasar tampoco inadvertida la revolución, que reclamará de nosotros, ante todo y por encima de todo, experiencia en la agitación, saber apoyar (apoyar a la manera socialdemócrata) toda protesta, saber orientar el movimiento espontáneo, salvaguardándolo de los errores de los amigos y de las celadas de los enemigos!
   
Hemos llegado, pues, a la última razón que nos fuerza a insistir particularmente en el plan de una organización formada en torno a un periódico destinado a toda Rusia, por la labor conjunta en este periódico común. Sólo una organización semejante aseguraría la flexibilidad indispensable a la organización combativa socialdemócrata, es decir, la capacidad de adaptarse inmediatamente a las más variadas y rápidamente cambiantes condiciones de lucha; saber, "de un lado, rehuir las batallas en campo abierto, contra un enemigo peligroso por su fuerza aplastante, cuando concentra toda su fuerza en un punto, pero sabiendo, de otro lado, aprovecharse de la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos
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espere ser atacado"[*]. Sería un gravísimo error estructurar la organización del Partido contando sólo con explosiones y luchas en las calles o sólo con la "marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris". Debemos desarrollar siempre nuestra labor cotidiana y estar siempre dispuestos a todo, porque muchas veces es casi imposible prever por anticipado cómo alternarán los períodos de explosiones con los de calma, y, aun cuando fuera posible preverlo, no se podría aprovechar la previsión para reconstruir la organización, porque en un país autocrático estos cambios se producen con asombrosa rapidez, a veces como consecuencia de una incursión nocturna de los genízaros[46] zaristas. La misma revolución no se debe imaginar como un acto único (como, por lo visto, se la imaginan los Nadiezhdin), sino como una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando con períodos de calma más o menos profunda. Por tanto, el contenido capital de las actividades de la organización de nuestro Partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria tanto durante el período de la explosión más violenta,
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como durante el de la calma más completaj a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia, que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que se dirija a las grandes masas. Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un periódico destinado a toda Rusia y que aparezca muy frecuentemente. La organización que se forme por sí misma en torno a este periódico, la organización de sus colaboradores (en la acepción más amplia del término, es decir, de todos los que trabajen para él) estará precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del Partido en los momentos de mayor "depresión" revolucionaria, hasta preparar, fijar y llevar a la práctica la insurrección armada de todo el pueblo.
   
En efecto, figurémonos un revés completo, muy corriente entre nosotros, en una o varias localidades. A no haber en todas las organizaciones locales una labor común en forma regular, estos reveses van acompañados a menudo de la interrupción del trabajo por largos meses. En cambio, si todas tuvieran una labor común, bastarían en el caso del más fuerte revés unas cuantas semanas de trabajo de dos o tres personas enérgicas para poner en contacto con el organismo central común a los nuevos círculos de la juventud que, como es sabido, incluso ahora brotan con suma rapidez; y cuando la labor común que sufre los reveses está a la vista de todo el mundo, los nuevos círculos pueden surgir y ponerse en contacto con dicho organismo central más rápidamente aún.
   
Por otra parte, imaginaos una insurrección popular Ahora, todo el mundo estará, probablemente, de acuerdo en que debemos pensar en ella y prepararnos para ella. Pero ¿cómo prepararnos? ¿Tendrá que designar el Comité Central agentes en todas las localidades para preparar la insu-
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rrección? Aunque tuviésemos un Comité Central, este C.C no lograría absolutamente nada con designarlos, dadas las actuales condiciones rusas. Por el contrario, una red de agentes[*] que se forme por sí misma en el trabajo de organización y difusión de un periódico común no tendría que "aguardar con los brazos cruzados" la consigna de la insurrección, sino que precisamente trabajaría en la labor regular que le garantizaría en caso de insurrección las mayores probabilidades de éxito. Precisamente esta labor reforzaría los lazos de unión tanto con las grandes masas obreras, como con todos los sectores descontentos de la autocracia, lo cual tiene tanta importancia para la insurrección. Precisamente sobre la base de esta obra se formaría la capacidad de enjuiciar acertadamente la situación política general y, por tanto, la capacidad de elegir el momento adecuado para la insurrección. Precisamente esta obra acostumbraría a todas las organizaciones locales a hacerse eco simultáneamente de los problemas, casos y sucesos políticos que agitan a toda Rusia, a responder a estos "sucesos" con la mayor energía posible, del modo más uniforme y más conveniente posible:
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y la insurrección es, en el fondo, la "respuesta" más enérgica, más uniforme y más conveniente de todo el pueblo al gobierno Precisamente esta labor, por último, acostumbraría a todas las organizaciones revolucionarias, en todos los confines de Rusia, a mantener las relaciones más constantes y a la vez más conspirativas, relaciones que crearían la unidad efectiva del Partido; sin estas relaciones es imposible discutir colectivamente un plan de insurrección ni adoptar las medidas preparatorias indispensables en vísperas de ésta, medidas que deben guardarse en el secreto más riguroso.
   
En una palabra, "el plan de un periódico político para toda Rusia", lejos de ser el fruto de un trabajo de gabinete de personas contaminadas de doctrinarismo y literaturismo (como les ha parecido a gentes que han meditado poco en él), es, por el contrario, el plan más práctico para empezar a prepararse en todas partes e inmediatamente para la insurrección, sin olvidar al mismo tiempo ni un instante la labor ordinaria de todos los días.
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La historia de la socialdemocracia rusa se divide manifiestamente en tres períodos.
   
El primer período comprende cerca de un decenio, de 1884 a 1894, aproximadamente. Pue el período en que brotaron y se afianzaron la teoría y el programa de la socialdemocracia. El número de adeptos de la nueva tendencia en Rusia se contaba por unidades. La socialdemocracia existía sin movimiento obrero, atravesando, como partido político, por el proceso de desarrollo intrauterino.
   
El segundo período comprende tres o cuatro años, de 1894 a 1898. La socialdemocracia aparece como movimiento social, como auge de las masas populares, como partido político. Fue el período de la niñez y de la adolescencia. Con la rapidez de una epidemia, se propaga el apasionamiento general de los intelectuales por la lucha contra el populismo y por la corriente de ir hacia los obreros, el apasionamiento ge neral de los obreros por las huelgas. El movimiento hace grandes progresos. La mayoría de los dirigentes eran hombres muy jóvenes, que estaban lejos de haber alcanzado la "edad de treinta y cinco años", que el señor N. Mijailovski consideraba como una especie de límite natural. Por su juventud, no estaban preparados para la labor práctica y desaparecen de la escena con asombrosa rapidez. Pero la envergadura de su trabajo, en la mayoría de los casos, era muy grande. Muchos de ellos comenzaron a pensar de un
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modo revolucionario como secuaces de "La Voluntad del Pueblo". Casi todos rendian en sus mocedades un culto entusiasta a los héroes del terror, y les costó mucho trabajo sustraerse a la impresión seductora de esta tradición heroica; hubo que romper con personas que a toda costa querian seguir siendo fieles a "La Voluntad del Pueblo", personas a las que los jóvenes socialdemócratas respetaban mucho. La lucha obligaba a estudiar, a leer obras ilegales de todas las tendencias, a ocuparse intensamente de los problemas del populismo legal. Formados en esta lucha, los socialdemócratas iban al movimiento obrero sin olvidar "un instante" ni la teoría del marxismo que los iluminó con luz meridiana, ni la tarea de derrocar a la autocracia. La formación del Partido, en la primavera de 1898, fue el acto de mayor relieve, y a la vez el último, de los socialdemócratas de aquel periodo.
   
El tercer período despunta, como acabamos de ver, en 1897 y aparece definitivamente en sustitución del segundo período en 1898 (1898 -- ?). Es el período de dispersión, de disgregación, de vacilación. Como enronquecen los adolescentes al cambiar la voz, también a la socialdemocracia rusa de aquel periodo se le quebró la voz y empezó a dar notas falsas, por una parte, en las obras de los señores Struve y Prokopóvich, Bulgákov y Berdiáiev, y, por otra, en las de V. I.-n y R. M., de B. Krichevski y Martínov. Pero sólo los dirigentes iban cada uno por su lado y retrocedían: el movimiento mismo continuaba creciendo y haciendo gigantescos progresos. La lucha proletaria englobaba nuevos sectores de obreros y se propagaba por toda Rusia, contribuyendo a la vez indirectamente a avivar el espíritu democrático entre los estudiantes y entre las demás capas de la población. Pero la conciencia de los dirigentes cedió
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ante la envergadura y la fuerza del auge espontáneo. Entre los socialdemócratas predominaba ya otra clase de gente: los militantes formados casi exdusivamente en la literatura marxista "legal", cosa más que insuficiente, dado el alto nivel de conciencia que la espontaneidad de las masas reclamaba de ellos. Los dirigentes no sólo quedan rezagados tanto en el sentido teórico ("libertad de crítica"), como en el terreno práctico ("métodos primitivos de trabajo"), sino que intentan defender su atraso recurriendo a toda dase de argumentos rimbombantes. El socialdemocratismo era rebajado al nivel del tradeunionismo tanto por los brentanistas de la literatura legal, como por los "seguidistas" de la ilegal. El programa del "Credo" comienza a llevarse a la práctica, sobre todo cuando los "métodos primitivos de trabajo" de los socialdemócratas reavivan las tendencias revolucionarias no-socialdemócratas.
   
Y si el lector me reprocha el haberme ocupado demasiado detalladamente de un periódico como Rabócheie Dielo, le contestaré: R. Dielo ha adquirido una importancia "histórica" por haber reflejado con el mayor relieve el "espíritu" de este tercer período* No era el consecuente R. M., sino precisamente los Krichevski y Martínov, que giran a todos los vientos, quienes podían expresar de modo auténtico la dispersión y las vacilaciones, la disposición a hacer concesiones a la "crítica", al "economismo" y al terrorismo. Lo
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que caracteriza a este período no es el desprecio oíímpico de la práctica por algún admirador de "lo absoluto", sino precisamente la unión de un practicismo mezquino con la más completa despreocupación por la teoría. Los héroes de este período, más que negar de un modo abierto las "grandes palabras", las envilecían: el socialismo científico dejó de ser una teoría revolucionaria integral, convirtiéndose en una mezcla, a la que se añadían "libremente" líquidos procedentes de todo nuevo manual alemán ¡ la consigna de "lucha de clases" no impulsaba hacia una actividad cada vez más vasta, cada vez más enérgica, sino que servía de amortiguador, ya que "la lucha económica está íntimamente ligada a la lucha política"; la idea de un partido no servía para incitar a crear una organización combativa de revolucionarios, sino que justificaba una especie de "burocratismo revolucionario" y el juego infantil a formas "democráticas".
   
No sabríamos señalar cuándo acaba el tercer período y empieza el cuarto (que en todo caso anuncian ya muchos síntomas). Del campo de la historia pasamos aquí al terreno del presente y, en parte, del futuro Pero creemos firmemente que el cuarto período ha de conducir al afianzamiento del marxismo miíitante, la socialdemocracia rusa saldrá de la crisis más fuerte y vigorosa, la retaguardia de oportunistas será "relevada" por un verdadero destacamento de vanguardia de la clase más revolucionaria.
   
A guisa de exhortación a este "relevo" y resumiendo lo que acabamos de exponer, podemos dar esta escueta respues ta a la pregunta: ¿qué hacer?:
   
Acabar con el tercer período.
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ANEXO [47]    
Nos resta esbozar la táctica adoptada y consecuentemente aplicada por Iskra en las relaciones de organización con Rabócheie Dielo. Esta táctica ha sido ya plenamente expuesta en el núm. 1 de Iskra, en el artículo sobre "La escisión en la 'Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero'"*. Abrazamos en seguida la posición de que la verdadera "Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero", reconocida por el primer Congreso de nuestro Partido como su representante en el extranjero, se había escindido en dos organizaciones; que seguía sin resolverse la cuestión de la representación del Partido, porque sólo temporal y con dicionalmente la había resuelto, en el Congreso internacional celebrado en París, la elección para el Buró socialista internacional permanente, por parte de Rusia, de dos miembros, uno por cada parte de la "Unión" escindida. Hemos declarado que, en el fondo, Rabócheie Dielo no tenía razón ; en relación a los principios, nos colocamos resueltamente al lado del grupo "Emancipación del Trabajo", p-ro nos negamos, al mismo tiempo, a entrar en detalles de la escisión
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y señalamos los méritos de la "Unión" en el terreno de la labor puramente práctica[*].
   
De modo que nuestra posición era, hasta cierto punto, la expectativa: hacíamos una concesión al criterio imperante entre la mayoría de los socialdemócratas rusos, que sostenían que incluso los enemigos más decididos del economismo podían trabajar codo con codo con la "Unión", porque ésta había declarado más de una vez que en principio estaba de acuerdo con el grupo "Emancipación del Trabajo" y que no pretendía, según afirmaba, tener una posición independiente en los problemas cardinales de la teoría y de la táctica. El acierto de la posición que habíamos adoptado lo corrobora indirectamente el hecho de que, casi en el momento de la aparición del primer número de Iskra (diciembre de 1900), se separan de la "Unión" tres miembros, formando el llamado "grupo de iniciadores", los cuales se dirigieron: 1) a la sección del extranjero de la organización de Iskra ; 2) a la organización revolucionaria "El Socialdemócrata" y 3) a la "Unión", proponiendo su mediación para entablar negociaciones de conciliación. Las dos primeras organizaciones aceptaron en seguida, la tercera se negó. Por cierto que cuando, en el Congreso de "unificación", celebrado el año pasado, uno de los oradores elcpuso los hechos citados, un miembro de la administración de la "Unión" declaró que su negativa se debía exclusivamente a que la "Unión" estaba descontenta de la composición del grupo de iniciadores. Considerando que es mi deber insertar esta explicación, no puedo, sin embargo, dejar de observar por mi parte que
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no la considero satisfáctoria: conociendo el asentimiento de las dos organizaciones para entablar negociaciones, la "Unión" podía dirigirse a ellas por medio de otro mediador o directamente.
   
En la primavera de Igo}, tanto Sariá (núm. 1, abril) como Iskra (núm. 4, mayo) entablaron una polémica directa contra Rabócheie Dielo [*]. Iskra atacó, sobre todo, el "Viraje histórico" de Rabócheie Dielo, que en su hoja de abril, esto es, ya después de los acontecimientos de primavera, dio muestras de poca firmeza con respecto al apasionamiento por el terror y por los llamamientos "sanguinarios". A pesar de esta polémica, la "Unión" contestó que estaba dispuesta a reanudar las negociaciones de conciliación por intermedio de un nuevo grupo de "conciliadores"[**]. La conferencia preliminar de representantes de las tres organizaciones citadas se celebró en el mes de junio y elaboró un proyecto de pacto, sobre la base de un detalladísimo "acuerdo en principio", publicado por la "Unión" en el folleto Dos congresos y por la Liga en el folleto Documentos del Congreso de "unificación" .
   
El contenido de este acuerdo en principio (o resoluciones de la Conferencia de junio, como suele llamársele) demuestra con claridad meridiana que nosotros exigíamos, como condición indispensable para la unificación, que se repudiara del modo más decidido toda manifestación de oportunismo en general y de oportunismo ruso en particular. "Rechazamos -- dice el primer párrafo -- todas las tentativas de in-
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troducir el oportunismo en la lucha de clase del proletariado, tentativas que se han traducido en el llamado economismo, bernsteinianismo, millerandismo, etc.". "La esfera de actividad de la socialdemocracia comprende. . . la lucha ideológica contra todos los adversatios del marxismo revolucionario" (4, c). "En todas las esferas de la labor de agitación y de organización, la socialdemocracia no debe olvidar ni un instante la tarea inmediata del proletariado ruso: derrocar a la autocracia" (5, a); . . . "la agitación, no sólo en el terreno de la lucha diaria del trabajo asalariado contra el capital" (5, b); . . . "no reconociendo. . . la fase de lucha puramente económica y de lucha por reivindicaciones políticas parciales" (5, c); . . . "consideramos de importancia para el movimiento criticar las corrientes que erigen en principio . . . lo elemental . . . y lo estrecho de las formas inferiores del movimiento" (5, d). Incluso una persona completamente ajena, después de leer más o menos atentamente estas resoluciones, ha de ver por su mismo enunciado, que se dirigen contra los que eran oportunistas y "economistas", que han olvidado, aunque sólo sea un instante, la tarea de derribar la autocracia, que han aceptado la teoría de las fases, que han erigido en principio la estrechez de miras, etc Y quien conozca más o menos la polémica del grupo "Emancipación del Trabajo", Sariá e Iskra con Rabócheie Dielo no dudará un instante que estas resoluciones rechazan, punto por punto, precisamente las aberraciones en que había caído Rabócheie Dielo. Por esto, cuando en el Congreso de "unificación" uno de los miembros de la "Unión" declaró que los artículos publicados en el núm. 10 de Rabócheie Dielo no se debían al nuevo "viraje histórico" de la "Unión" sino
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al espíritu demasiado "abstracto"[*] de las resoluciones, uno de los oradores lo puso con toda razón en ridículo. Las resoluciones, no sólo no son abstractas, contestó, sino que son increíblemente concretas: basta echarles una ojeada para ver que "se quería cazar a alguien".
   
Esta expresión motivó en el Congreso un episodio característico. Por una parte, B. Krichevski se aferró a la palabra "cazar", diciendo que era un lapsus que delataba mala intención por nuestra parte ("tender una emboscada") y exclamó en tono patético: "¿A quién se iba a cazar?". "Sí, en efecto, ¿a quién?", preguntó irónicamente Plejánov. "Yo le ayudaré al camarada Plejánov en su perplejidad -- contestó B. Krichevski -- , yo le explicaré que a quien se quería cazar era a la redacción de Rabócheie Dielo. (Risa general ) ¡Pero no nos hemos dejado cazar!" (Exclamaciones de la izquierda: "¡Peor para vosotros!"). Por otra parte, un miembro del grupo Borbá (grupo de conciliadores), pronunciándose contra las enmiendas de la "Unión" a las resoluciones, y en su deseo de defender a nuestro orador, declaró que, evidentemente, la expresión "se quería cazar" se había escapado sin intención en el calor de la polémica.
   
Por lo que a mí se refiere, creo que, de esta "defensa", el orador que ha empleado la expresión no se sentirá del todo satisfecho. Yo creo que las palabras "se quería cazar a alguien" eran "dichas en broma, pero pensadas en serio": nosotros hemos acusado siempre a Rabócheie Dielo de falta de firmeza, de vacilaciones, razón por la cual debíamos, naturalmente, tratar de cazarlo para hacer que en lo sucesivo fuesen imposibles las vacilaciones. No se podía hablar aquí de mala intención, porque se trataba de falta de firmeza en
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los príncipios. Y hemos sabido "cazar" a la "Union" coma camaradas, hasta tal punto[*], que las resoluciones de junio fueron firmadas por el propio B. Krichevski y por otro miembro de la administración de la "Unión".
   
Los artículos publicados en el núm. 10 de Rabócheie Dielo (nuestros camaradas vieron este número sólo después de llegar al Congreso, unos pocos días antes de iniciarse sus sesiones) demostraban claramente que, del verano al otoño, se había producido en la "Unión" un nuevo viraje: los economistas obtuvieron una vez más la supremacía, y la redacción, dúctil a toda nueva "corriente", se puso una vez más a defender a los "más declarados bernsteinianos" y a la "libertad de crítica", a defender la "espontaneidad" y a predicar por boca de Martínov la "teoría de restringir" la esfera de nuestra acción política (pretendiendo que esto se debía a querer hacer más compleja esta misma acción). Una vez más se ha confirmado la certera observación de Parvus de que es difícil cazar a un oportunista con una simple fórmula, porque fácilmente firmará toda fórmula y con la misma
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facilidad renegará de ella, ya que el oportunismo consiste precisamente en la falta de principios más o menos definidos y firmes. Hoy, los oportunistas rechazan toda tentativa de introducir el oportunismo, rechazan toda restricción, prometen solemnemente "no olvidar un instante el derrocamiento de la autocracia", hacer "agitación no sólo en el terreno de la lucha cotidiana del trabajo asalariado con el capital", etc., etc. Y mañana cambiarán de tono y se pondrán en el viejo camino bajo el pretexto de defensa de la espontaneidad, de marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris y de ensalzar las reivindicaciones que prometen resultados tangibles, etc. Al continuar afirmando que en los artículos del núm. 10 la "'Unión' no ha visto ni ve ninguna abjuración herética de los principios generales del proyecto de la conferencia" (Dos congresos, pág. 26), la "Unión" sólo revela con ello que es completamente incapaz o que no quiere comprender el fondo de las discrepancias.
   
Después del núm. 10 de Rabócheie Dielo, sólo nos quedaba por hacer una tentativa: iniciar una discusión general para convencernos de si toda la "Unión" se solidarizaba con estos artículos y con su redacción. La "Unión" está, sobre todo, disgustada contra nosotros por este hecho, acusándonos de que intentamos sembrar la discordia en la "Unión", de que nos inmiscuimos en cosas ajenas, etc. Acusaciones a todas luces infundadas, porque, teniendo una redacción desígnada por elección y que "vira" al más ligero soplo de viento, todo depende precisamente de la dirección del viento, y nosotros hemos definido esta orientación en las sesiones a puerta cerrada, a las que sólo asistían los miembros de las organizaciones venidas para unificarse. Las enmiendas que, por iniciativa de la "Unión", se han introducido en las resoluciones de junio nos han quitado la úlitma
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sombra de esperanza de llegar a un acuerdo. Las enmiendas son una prueba documental del nuevo viraje hacia el economismo y de la solidaridad de la mayoría de la "Unión" con el núm. 10 de Rabócheie Dielo. Se borraba del número de manifestaciones del oportunismo el "llamado economismo" (debido al supuesto "sentido indefinido" de estas palabras, si bien de esta motivación no se deduce sino la necesidad de definir con mayor exactitud la esencia de una aberración ampliamente difundida); también se borraba el "millerandismo" (si bien B. Krichevski lo defendía en Ra bócheieDielo núm. 2-3, págs. 83-84, y en una forma aún más franca en el Vorwärts [*]). A pesar de que las resoluciones de junio indicaban terminantemente que la tarea de la socialdemocracia consistía en "dirigir todas las manifestaciones de lucha del proletariado contra todas las formas de opresión política, económica y social", exigiendo con ello que se introdujera método y unidad en todas estas manifestaciones de lucha, la "Unión" añadía palabras completamente superfluas, diciendo que la "lucha económica es un poderoso estímulo para el movimiento de masas" (estas palabras, de por sí, son indiscutibles, pero, existiendo un "economismo" estrecho, forzosamente tenían que llevar a interpretaciones falsas). Hay más aún: se ha llegado hasta a restringir de una manera directa en las resoluciones de junio la "política", ya eliminando las palabras "por un instante" (en cuanto a no olvidar el objetivo de derribar la autocracia), ya añadiendo las palabras "la lucha económica es el medio más ampliamente aplicable para incorporar a las masas a la lucha po-
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lítica activa". Es natural que, después de introducidas estas enmiendas, todos los oradores que intervinieron por nuestra parte renunciaran uno tras otro a la palabra, entendiendo que era completamente inútil seguir las negociaciones con gente que vuelve a virar hacia el economismo y que se reserva la libertad de vacilar.
   
"Precisamente lo que la 'Unión' ha considerado como condición sine qua non para la solide~ del futuro acuerdo, esto es, el mantenimiento de la fisonomia propia de Rabócheie Dielo y de su autonomía, precisamente esto es lo que Iskra consideraba como obstáculo para el acuerdo" (Dos congresos, pag. 25). Esto dista mucho de ser exacto. Nunca hemos atentado* contra la autonomía de Rabócheie Dielo. Efectivamente, hemos rechazado en forma categórica su fisonomía propia si se entiende por tal la "fisonomía propia" en los problemas de principio de la teoría y de la táctica: las resoluciones de junio contienen precisamente la negación categórica de esta fisonomía propia, porque en la práctica esta "fisonomía propia" siempre ha significado, lo repetimos, toda clase de vacilaciones y el apoyo, por culpa de estas vacilaciones, a la dispersión imperante en nuestro ambiente, dispersión insoportable desde el punto de vista del Partido. Con sus artículos del núm. 10 y con las "en miendas", Rabócheie Dielo ha puesto claramente de manifiesto su deseo de mantener precisamente esta fisonomía propia, y semejante deseo ha conducido natural e inevitablemente a la ruptura y a la declaración de guerra. Pero todos
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nosotros estábamos dispuestos a reconocer la "fisonomía propia" de Rabócheie Dielo, en el sentido de que debe concentrarse en determinadas funciones literarias. La distribu ción acertada de estas funciones se imponía por sí misma: 1) revista científica, 2) periódico político y 3) recopilaciones populares y folletos populares. Sólo si asintiese a esta distribución demostraría Rabócheie Dielo un sincero deseo de acabar de una vez para siempre con las aberraciones, contra las que iban encaminadas las resoluciones de junio; sólo esta distribución eliminaría toda posibilidad de rozamientos y aseguraría efectivamente la firmeza del acuerdo, sirviendo a la vez de base para un nuevo auge y para nuevos éxitos de nuestro movimiento.
   
Ahora, ningún socialdemócrata ruso puede ya poner en duda que la ruptuta definitiva de la tendencia revolucionaria con la oportunista no ha sido originada por circunstancias "de organización", sino precisamente por el deseo de los oportunistas de afianzar la fisonomía propia del oportunismo y de seguir ofuscando las mentes con los razonamientos de los Krichevski y de los Martínov.
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El "Grupo de iniciadores", al que me he referido en el folleto ¿Qué hacer?, pág. 141[*], me pide que haga la siguiente enmienda a la parte que expone su participación en el intento de conciliar las organizaciones socialdemócratas en el extranjero: "De los tres miémbros de este grupo sólo uno se retiró de la 'Unión' a fines de 1900; los restantes no se retiraron hasta 1901, cuando se hubieron convencido de que era imposible conseguir que la 'Unión' aceptara celebrar una conferencia con la organización del extranjero de Iskra y con la 'Organización revolucionaria. El Socialdemócrata', que es en lo que consistía la proposición del 'Grupo de iniciadores'. La administración de la 'Unión' rechazó al principio esta proposición, motivando su negativa a participar en la Conferencia en la 'incompetencia' de las personas que integraban el 'Grupo de iniciadores' mediador y expresando su deseo de entablar relaciones directas con la organización del extranjero de Iskra. Sin embargo, muy pronto puso la administración de la 'Unión' en conocimiento del 'Grupo de iniciadores' que, después de la aparición del primer número de Iskra, en el cual se publicaba la nota sobre la escisión de la 'Unión', cambiaba de parecer y no quería ponerse en contacto con Iskra ¿Cómo explicar, después de esto, por parte de un miembro de la administración de la
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'Unión' la declaración de que la negativa de ésta a participar en la Conferencia se debía exclusivamente a su descontento por la composición del 'grupo de iniciadores'? En verdad, tampoco se comprende bien que la administración de la 'Unión' haya prestado su conformidad para la realización de una conferencia en junio del año pasado, dado que la nota del primero número de Iskra se mantenía en vigor, y que la actitud 'negativa' de Iskra respecto de la 'Unión', se había afirmado aún más en el primer volumen de Sariá y en el cuarto número de Iskra que aparecieron antes de la Conferencia de junio."
N. Lenin
Iskra, núm. 19, 1 de abril de 1902.
Se publica según el
LOS METODOS ARTESANOS DE TRABAJO DE
LOS ECONOMISTAS Y LA ORGANIZACION
DE LOS REVOLUCIONARIOS
   
* Todos los pasajes subrayados lo han sido por mí.
   
* Rab. Misl y Rab. Dielo, sobre todo la "Respuesta" a Plejánov.
   
** ¿Quién bará la revolución política?, folleto publicado en Rusia en la recopilación La lucha proletaria y reeditado por el Comité de Kíev.
   
* Renacimiento del revolucionismo y Svoboda.
   
* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V. (N. de la Red.)
y la organizacion de los revolucionarios
   
* Libre, amplia. (N. de la Red.)
   
* Afanasi Ivánovich y Pulcheria Ivánovna -- Familia patriarcal de pequeños terratenientes provincianos, descrita en la novela corta de N. Gógol Terratenientes de antaño. (N. de la Red.)
   
** La lucha de Iskra contra la cizaña ha dado lugar, por parte de Rabócheie Dielo, a esta salida airada: "Para Iskra, en cambio, estos acontecimientos importantes (los de la primavera) son menos característicos de su tiempo que las miserables tentativas de los agentes de Subátov de 'legalizar' el movimiento obrero. Iskra no ve que estos hechos hablan precisamente contra ella y que atestiguan precisamente que el movimiento obrero ha tomado a los ojos del gobierno proporciones muy amenazadoras" (Dos congresos, pág. 27). La culpa de todo la tiene el "dogmatismo" de estos ortodoxos, "sordos a las exigencias imperiosas de la vida". ¡Se obstinan en no ver trigo de un metro de alto para hacer la guerra a cizaña de un centímetro de altura! ¿No es esto una "deformación del sentido de la perspectiva en relación al movimiento obrero ruso"? (Loc. cit., pág. 27)
   
* Dificultades por la abundancia. (N. de la Red.)
   
* Sólo haremos notar aquí que todo cuanto hemos dicho con respecto al "estimulo desde el exterior" y a todos los demás razonamientos de Svoboda sobre organización se refiere enteramente a todos los economistas, incluso a los partidarios de Rabócheie Dielo, porque o han preconizado y sostenido activamente estos puntos de vista sobre las cuestiones de organización, o se han desviado hacia ellos.
   
* Este término sería acaso más justo que el precedente en lo que a Svoboda se refiere, porque en El renacimiento del revolucionismo se defiende el terrorismo y, en el artículo en cuestión, el economismo. "Están verdes . . .", puede decirse hablando de Svoboda. Este órgano cuenta con buenas aptitudes y las mejores intendones y, sin embargo, no consigue otro resultado que la confusión: confusión, principalmente, porque, defendiendo la continuidad de la organización, Svoboda no quiere saber nada de la continuidad del pensamiento revolucionario y de la teoría socialdemócrata. Esforzarse por resucitar al revolucionario profesional (Renacimiento del revolucionismo ) y proponer para esto, primero, el terror excitante, y, se gundo la "organización de los obreros medios" (Svoboda, núm. 1, pág. 66 y siguientes), menos "estímulo desde el exterior", equivale, en verdad, a demoler la propia casa a fin de tener leña para calentarla.
   
* Entre los militares, por ejemplo, se observa últimamente una reanimación indudable del espíritu democrático, en parte como consecuencia de los combates, cada vez más frecuentes, en las calles con "enemigos" como los obreros y los estudiantes. Y, en cuanto nos lo permitan nuestras fuerzas, debemos dedicar la atención más seria a la labor de agitación y propaganda entre soldados y oficiales, a la creación de "organizaciones militares" afiliadas a nuestro Partido.
   
* Recuerdo que un camarada me refirió un día que un inspector de fábrica, que había ayudado a la socialdemocracia y estaba dispuesto a seguir ayudándola, se quejaba amargamente, diciendo que no sabía si sus "informes" llegaban a un verdadero centro revolucionario, no sabia hasta qué punto era necesaria su colaboración, ni hasta qué punto era posible utilizar sus menudos servicios. Todo militante dedicado a la labor práctica podría citar, naturalmente, casos semejantes, en que nuestros métodos primitivos de trabajo nos han hecho perder aliados. ¡Y no sólo los empleados y los funcionarios de las fábricas, sino los de correos, de ferrocarriles, de aduanas, de la nobleza, del clero y de todas las demás instituciones, incluso de la policía y hasta de la corte, podrían prestarnos y nos [cont. en pág. 168. -- DJR] prestarían "pequeños" servicios que en conjunto serían de un valor inapreciable! Si contáramos ya con un verdadero partido, con una organización verdaderamente combativa de revolucionarios, no nos precipitadamos respecto a esos "auxiliares", no nos dariamos prisa por llevarlos siempre y necesariamente al corazón mismo de la "acción clandestina"; al contrario, los cuidariamos de un modo peculiar e incluso prepararlamos especialmente personas para esas funciones, recordando que muchos estudiantes podrían sernos mucho más útiles como funcionarios "auxiliares" que como revolucionarios "a breve plazo". Pero, vuelvo a repetirlo, sólo puede aplicar esta táctica una organización ya perfectamente firme, a la que no faltan fuerzas activas.
   
* Svoboda, núm. 1, artículo "La organización", pag. 66: "La masa obrera apoyará con todo su peso todas las reivindicaciones que sean formuladas en nombre del Trabajo de Rusia" (¡sin falta, Trabajo con mayúscula!). Y el mismo autor exclama: "Yo no siento hostilidad alguna hacia los intelectuales, pero . . . [este es el pero que Schedrín traducia con las palabras: ¡no aecen las orejas mas arriba de la frente!] . . . , pero me pongo terriblemente furioso cuando viene una persona y me dice una serie de cosas muy bellas y muy buenas, y exige que sean aceptadas por su [¿de él?] belleza y demás méritos" (pág. 62). Sí, también yo "me pongo terriblemente furioso". . .
el "democratismo"
   
* Partidatios de "Tierra y Libertad", o populistas -- Miembros de la organización revolucionaria pequeñoburguesa "Tierra y Libertad", que surgió en 1876. Los partidarios de "Tierra y Libertad" partían de la idea errónea de que la principal fuerza revolucionaria en el país era, no la clase obrera, sino los campesinos; que el camino hacia el socialismo iba a traves de la comunidad campesina, que era posible derrocar el Poder del zar y de los terratenientes tan sólo por medio de "revueltas" campesinas. A fin de alzar a los campesinos a la lucha contra el zarismo, se fueron al campo, "al pueblo" (de aquí, precisamente, el nombre de "po- [cont. en pág. 175. -- DJR] pulistas") para propagar sus puntos de vista. Sin embargo, los campesinos no comprendieron a los populistas y no les siguieron. Entonces ellos decidieron proseguir la lucha contra la autocracia sin el pueblo, con sus propias fuerzas, mediante la muerte de representantes aislados de la autocracia. La lucha en las filas de "Tierra y Libertad" entre los partidarios de los nuevos métodos de lucha y los adeptos de la vieja táctica populista condujo en 1879 a la escisión del partido en dos: "La Voluntad del Pueblo" y "El Reparto Negro". (N. de la Red.)
   
* Véase Las tareas de los socialdemócratas rusos, pág. 21, la polémica contra P. L. Lavrov (V. I. Lenin, Obras Completas, t. II -- N. de la Red.).
   
** Las tareas de los socialdemócratas rusos, pág. 23 (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II -- N. de la Red.). Por cierto, he aquí otro ejemplo de cómo Rab. Dielo o no comprende lo que dice o cambia de opinión según el "viento que corre". En el número 1 de R. Dielo se dice en cursiva: "El confanido del folloto que acabamos de expona coincide plenamente con el programa de la redacción de Rabócbeie Dielo " (pág. 142). ¿Es cierto esto? ¿Con las "Tareas" coincide la idea de que no se puede plantear al movimiento de masas como primera tarea la de derribar la autocracia? ¿Coincide la teoría de la "lucha económica contra los patronos y el gobierno"? ¿Coincide la teoría de las fases? Que el lector juzgue acerca de la firmeza de principios de un órgano que de modo tan original comprende la "coincidencia".
   
* Véase el "Informe ante el Congreso de París"[39], pág. 14: "Desde entonccs (1897) hasta la primavera de 1900, fueron publícados en diversos puntos treinta números de varios periódicos . . . Por término medio, se publicó más de un número al mes".
   
** Esta dificultad es sólo aparente. En realidad, no hay círculo local que no pueda abordar activamente una u otra función del trabajo en la escala nacional. "Querer es poder".
   
* Esta es la razón por la que incluso el ejemplo de órganos locales excepcionalmente buenos confirma por completo nuestro punto de vista. Por ejemplo, el Yuzhni Rabochi es un excelente periódico, al que no se le puede acusar de inestabilidad de principios. Pero, como es rara la vez que sale y las redadas son muy frecuentes, no ha podido dar al movimiento local todo lo que pretendía dar. Lo más apremiante para el Partido en el momento actual -- plantear, en principio, los problemas fundamentales del movimiento y desarrollar una agitación política en todos los sentidos -- ha sido superior a las fuerzas de ese órgano local. Y lo mejor que ha dado, como los artículos sobre el congreso de los industriales mineros, sobre el paro, etc., no eran materiales de carácter estrictamente local, sino necesarios para toda Rusia y no sólo para el Sur. Artículos como ésos no los ha habido en toda nuestra prensa socialdemócrata.
   
* Los materiales legales tienen especial importancia en este sentido, y estamos particularmente atrasados en lo que se refiere a saber recogerlos y utilizarlos sistemáticamente. No será exagerado decir que, sólo con materiales legales, puede llegar a confeccionarse más o menos un folleto sindical, mientras que es imposible hacerlo sólo con materiales ilegales. Recogiendo materiales ilegales de entre los obteros, sobre problemas como los que ha tratado Rabóchaia Misl, derrochamos en vano una cantidad enorme de fuerzas de un revolucionario (al que fácilmente puede sustituir en este trabajo un militante legal) y, a pesar de todo, no obtenemos nunca buenos materiales, porque los obreros, que generalmente sólo conocen una sección de una gran fábrica y que casi siempre sólo saben los resultados económicos, pero no las normas ni las condiciones generales de su trabajo no pueden adquirir los conocimientos que tienen generalmente los empleados de fábrica, los inspectores, los médicos, etc., y que en enorme cantidad están diseminados en cronicas periodísticas y publicaciones especiales de carácter industrial, sanitario, de los zemstvos, etc. [cont. en p. 198. -- DJR]
Recuerdo, como si fuera ahora mismo, mi "primera experiencia", que no me dejó gana de repetirla. Me entretuve durante muchas semanas interrogando "con apasionamiento" a un obrero que venia a verme, sobre todos los detalles de la vida en la enorme fábrica donde él trabajaba. Verdad es que, aunque con grandísimas dificultades, conseguí más o menos componer la desaipción (¡sólo de una fábrica!), pero sucedía que el obrero, limpiándose el sudor, decía con una sonrisa al final de nuestro trabajo: "¡Más facil me es trabajar horas extraordinarias que contestarle a sus preguntas!"
Cuanto más enérgicamente desarrollemos la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo "sindical", quitándonos de este modo de encima parte de la carga que sobre nosotros pesa.
"PLAN" DE UN PERIODICO POLITICO
DESTINADO A TODA RUSIA
   
* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V. (N. de la Red.)
"¿Por dónde empezar?"?
   
* En proceso de gestación, de surgimiento. (N. de le Red.)
   
** Iskra, núm. 8, respuesta del Comité Central de la Unión General de Judíos de Rusia y de Polonia, a nuestro artículo sobre la cuestión nacional.
   
*** Deliberadamente, no presentamos estos hechos en el orden en que han ocurrido[40].
   
* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II. (N. de le Red.)
   
** El autor de este folleto, dicho sea de paso, me pide ponga de manifiesto que, lo mismo que sus folletos anteriores, dicho folleto fue enviado a la "Unión", suponiendo que el grupo "Emancipación del Trabajo" redactaría sus publicaciones (circunstancias especiales no le permitían conocer entonces, es decir, en febrero de 1899, el cambio de redacción). Dicho folleto será reeditado muy pronto por la Liga.
   
* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV. (N. de la Red.)
   
* ¡Camarada Krichevski! ¡Camarada Martínov! Llamo vuestra atención sobre esta manifestación escandalosa de "absolutismo", de "autoridad sin control", "de reglamentación soberana", etc. Mirad: ¡¡quiere apoderarse de toda la cadena!! Apresuraos a presentar querella. Ya tenéis un tema para dos artículos de fondo en el núm. 12 de Rabócheie Dielo.
   
* Martínov, al insertar en Rabócheie Dielo la primera frase de esta cita (núm. 10, pág. 62), ha omitido precisamente la segunda frase, como subrayando así que no quería tocar el fondo de la cuestión o que era incapaz de comprenderlo.
   
* Con una reserva : siempre que simpatice con la orientación de este periódico y considere útil a la causa ser su colaborador, entendiendo por elío no solamente la colaboración literaria, sino toda la colaboración revolucionaria en general. Nota para Rabócheie Dielo : esta reserva se sobreentiende para los revolucionarios que aprecian el trabajo y no el juego al democratismo, que no separan las "simpatías", de la participación más activa y real.
   
* Veche -- Asamblea popular en la antigua Rusia, para la que se convocaba al toque de campana. (N. de la Red.)
   
* Vísperar de la revolución, pág. 62.
   
** L. Nadiezhdin, dicho sea de paso, no dice casi nada sobre las cuestiones teóricas en su Revista de cuestiones teóricas, si prescindimos del siguiente pasaje, sumamente curioso desde "el punto de vista de vísperas de la revolución": "La bernsteiniada en su conjunto pierde para nuestro momento su carácter agudo, como lo mismo nos da que el señor Adamovich demuestre que el señor Struve debe presentar la dimisión o que, por el contrario, el señor Struve desmienta al señor Adamóvich y no consienta en dimitir. Nos da absolutamente igual, porque ha sonado la hora decisiva de la revolución" (pág. 110). Sería difícil describir con mayor claridad la despreocupación infinita que L. Nadiezhdin siente por la teoría. ¡¡Como hemos proclamado que estamos en "visperas de la revolucion", por esto "nos da absolutamente lo mismo" que los ortodoxos logren o no desalojar definitivamente de sus posiciones a los críticos!! ¡Y nuestro sabio no se percata de que, precisamente durante la revolución, nos harán falta los resultados de la lucha teórica contra los críticos para luchar resueltamente contra sus posiciones prácticas!
   
* Iskra, núm. 4: "¿Por dónde empezar?". "Un trabajo largo no asusta a los revolucionarios culturistas que no comparten el punto de vista de vísperas de la revolución", escribe Nadiezhdin (pág. 62). A este propósito haremos la siguiente observacion: si no sabemos elaborar una táctica política, un plan de organización, orientados sin falta hacia un trabajo sumamente largo y que al mismo tiempo aseguren, por el propio proceso de este trabajo, la disposición de nuestro Partido para ocupar su puesto y cumplir con su deber en cualquier circunstancia imprevista, por más que se precipiten los acontecimientos, seremos simplemente unos miserables aventureros políticos. Sólo Nadiezhdin, que ha empezado a intitularse socialdemócrata desde ayer, puede olvidar que el objetivo de la socialdemocracia consiste en la transformación radical de las condiciones de vida de toda la humanidad, y que por ello es imperdonable que un socialdemócrata se "asuste" por lo largo del trabajo.
   
* ¡Se me ha escapado, ¡ay!, una vez más, la terrible palabra "agentes", que tanto hiere el oido democrático de los Martínov! Me extraña que esta palabra no haya molestado a los corifeos de la década del 70 y, en cambio, moleste a los "artesanos" de la del 90. Me gusta esta palabra, porque indica de un modo claro y tajante la causa común a la que todos los agentes subordinan sus pensamientos y sus actos, y si hubiese que sustituir esta palabra por otra, yo sólo elegiría el término "colaborador" si éste no tuviese cierto deje de literaturismo y de vaguedad. Porque lo que necesitamos es una organización militar de agentes. Digamos de paso que los numerosos Martínov (sobre todo, en el extranjero), que gustan de "ascenderse reciprocamente a general", podrían decir, en lugar de "agente en asuntos de pasaportes", "comandante en jefe de la unidad especial destinada a proveer de pasaportes a los revolucionarios", etc.
   
* Podría contestar también con un refrán alemán: Den Sack schlägt man, den Esel meint man, lo cual quiere decir: a ti te lo digo, hijuela mía; entiéndelo tú, nuera mia. No sólo Rab. Dielo sino la gran masa de los militantes dedicados al trabajo práctico y de los teóricos sentían entusiasmo por la "crítica" de moda, se embrollaban en la cuestión de la espontaneidad, se desviaban de la concepción socialdemócrata de nuestras tareas políticas y de organización hacia la concepción tradeunionista.
RABOCHEIE DIELO
   
* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV. (N. de la Red.)
   
* Este juicio sobre la escisión no sólo se basaba en el conocimiento de las publicaciones, sino en datos recogidos en el extranjero por algunos miembros de nuestra organización que habían estado allí.
   
* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V.
   
** Se refiere a los organizadores del grupo antiiskrista Borbá. (N. de la Red.)
   
* Esta afirmación se repite en Dos congresos, pág. 25.
   
* A saber: en la introducción n las tesoluciones de junio dijimos que la socialdemocracia rusa en conjunto mantuvo siempre la posición de principios del grupo "Emancipacion del Trabajo" y que el mérito de la "Unión" estaba sobre todo en su actividad en el terreno de las publicaciones y de la organización. En otros términos, dijimos que estábamos completamente dispuestos a olvidar el pasado y a reconocer que la labor de nuestros camaradas de la "Unión" era útil a la causa, a condición de que acabaran por completo con las vacilaciones, que era lo que persegulamos con la "caza". Toda persona imparcial que lea las resoluciones de junio, las comprenderá solamente en este sentido. Pero si ahora la "Union", después de haber provocado ella misma la ruptura con su nuevo viraje hacia el economismo (en los artículos del núm. 10 y en las enmiendas), nos acusa solemnemente de faltar a la verdad (Dos congresos, pág. 30) por estas palabras sobre sus méritos, esta acusación no puede por menos, desde luego, que provocar la sonrisa.
   
* En el Vorwärts se inició una polémica a este respecto entre su redacción actual, Kautsky y Sariá. No dejaremos de dar a conocer esta polémica a los lectores rusos[48].
   
* Si no contamos como restricción de la autonomía las deliberaciones de las redacciones, relacionadas con la formación de un consejo supremo común de las organizaciones unidas, cosa que Rabócheie Dielo aceptó también en junio.
   
* Véase el presente libro, pág. 238. (N. de la Red.)
texto del periódico Iskra.
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pág. 256
[- Parte 2 -]
[36]
Se refiere al pequeño "Grupo de Obreros para la Lucha contra el Capital", organizado en Petersburgo en la primavera de 1899, y cuyas ideas lo aproximaban a los "economistas". Este grupo imprimió a mimeógrafo el volante titulado "Nuestro programa", cuya difusión no llegó a realizarse a consecuencia de la caida del grupo en manos de la policía.
[pág. 133]
[37]
N. N. -- S. N. Prokopóvich, uno de los activos "economistas"; más tarde kadete.
[pág. 142]
[38]
Lenin alude a su actuación revolucionaria en Petersburgo desde 1893 a 1895.
[pág. 164]
[39]
Se refiere al folleto titulado Informe sobre el movimiento social demócrata ruso ante el Congreso Socialista Internacional de París del año 1900. Este informe fue presentado al congreso por la redacción de Rabócheie Dielo por encargo de la "Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero" y publicado en el año 1901 por la "Unión" en Ginebra,
pág. 257
en forma de folleto. En este folleto se incluyó también el informe del Bund ("Historia del movimiento obrero judío en Rusia y Polonia").
[pág. 187]
[40]
Esta nota de Lenin fue escrita por razones de clandestinidad, pues, en realidad, los hechos están expuestos en su orden cronológico.
[pág. 204]
[41]
Se refiere a las conversaciones que se realizaron entre la "Unión de Lucha para la Emancipación de la Clase Obrera", de Petersburgo, y Lenin, quien en la segunda mitad del año 1897 escribió los dos folletos citados en el texto.
[pág. 205]
[42]
Se alude a las negociaciones sostenidas por el C.C. del Bund y Lenin.
[pág. 205]
[43]
Al hablar del "cuarto hecho " Lenin se refiere a la tentativa de la "Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero" y del Bund de convocar, en la primavera de 1900, el segundo Congreso del partido. El "miembro del comite " mencionado por Lenin es I. J. Lalaiantz (miembro del comité socialdemócrata de Ekaterinoslav), quien se trasladó a Moscú en febrero de 1900, para las negociaciones con Lenin.
[pág. 206]
[44]
Lenin citó el artículo "El error de la idea poco madura" de D. I. Písarev. (Véase D. I. Písarev, Obras Escogidas en dos tomos, t. II, págs. 124, 125, 1935, edición rusa.)
[pág. 223]
[45]
Lenin se refiere al siguiente pasaje de la obra de C. Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte :
[46]
Genizaros, infantería privilegiada del sultán de Turquía, disuelta en 1826. Se hizo célebre por su ferocidad en los asaltos y saqueos de las poblaciones. Lenin llama genízaros a la policía zarista.
[pág. 229]
[47]
Este anexo fue omitido por Lenin al ser reeditado el ¿Qué hacer? en 1907, en la colección Durante doce años.
[pág. 237]
[48]
En Iskra núm. 18, del 10 de marzo de 1902, en la sección titulada "Del partido", se publicó la nota "Polémica de Sariá con la redacción de Vorwärts" que resumía las conclusiones de esa polémica.
[pág. 244]
"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia univasal se producen, como si dijeramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera como tragedia y la segunda como farsa." (Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. VIII.)
[pág. 224]
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